… y no perder la niñez en el intento
J. Ignacio Mancilla
.
“Cada vez que pensaba en su infancia,
recordaba a aquel niño, Pablo, como
si no fuera él, sino una pobre criatura
de la que le hubieran hablado tiempo atrás”.
Lágrimas en la lluvia, Rosa Montero.
.
¿Por qué Nietzsche, en el primer discurso de Zaratustra, después del Prólogo, nos plantea la tercera transformación del espíritu en la figura del niño como la última y más importante por encima del camello y del león?
¿Cuál es el sentido profundo del camello, del león y del niño como símbolos de las mutaciones del espíritu y qué es lo que el filósofo del eterno retorno de lo mismo nos trasmite en esa obra plagada de metáforas?
Intentaré responder estas interrogantes y para hacerlo, expondré mi lectura del primer parágrafo de la parte primera de Así habló Zaratustra (De las tres transformaciones), que da comienzo así:

“Os narro tres transformaciones del espíritu: cómo el espíritu se transformó en camello, el camello en león, y finalmente el león en niño” (p. 83) [“Drei Verwandlungen nenne ich euch des Geistes: wie der Geist zum Kamele wird, und zum Löwen das Kamel, und zum Kinde zuletzt der Löwe”].
Tomaré la primera mutación, la del camello, para seguir con lo expuesto con mi lectura del Prólogo, y sostengo que la mejor lectura es desde el resto del niño que somos y que sobrevivió a las peripecias educativas de nuestra vida y de nuestro tiempo; sí, es también desde la singularidad de nuestro ser niña o niño que podremos recibir mejor el nuevo mensaje nietzscheano y no dejar morir nuestra niñez en el intento de comprender a Nietzsche.
En otras palabras, tendremos que rescatar nuestro ser niña o niño para poder mutarnos y ser capaces de advenir en sujetos más allá del adulto moderno, tan lleno de no vida y tan cargado de mortificaciones, obligaciones y deberes.
Voy, pues, ahora sí, a la primera transformación del espíritu, la del camello.
¿Qué representa, en el Zaratustra de Nietzsche, la figura del camello?
Antes que nada, la capacidad de carga de los valores pasados y pesados que no nos sirven, ya, para el buen vivir. El orgullo del camello es, precisamente, su fortaleza para ser cargado y, sobre todo, su disponibilidad para agacharse e inclinarse y postrarse para que le impongan el peso de los valores de los otros; dejando de lado los suyos. El deber es su máxima aspiración y satisfacción.
De este modo, el camello no es capaz de decir no al peso y al pasado de todos los valores que nos vienen de la tradición y que todavía rigen como vigentes.

Para hacerlo, se requiere la fuerza del león, que sí tiene la osadía de imponerse con su no santo; pero no obstante ello, él no es capaz de decir sí; destruye, pero no crea. Niega, pero no afirma. Arrasa, pero no construye. Apenas pone las condiciones para la creación; es decir, mata, pero no hace florecer nuevas formas de valores y de vida.
Para crear se necesita una fuerza especial, que sea capaz de negar el pasado, pero que afirme el futuro y no solamente el presente y el ahora inmediato.
Se requiere un espíritu con la destreza de enunciar un santo sí al olvido y una sagrada afirmación del devenir, para de ese modo asumir la vida en el desierto de unos valores mortificantes y por ello siniestros; los que con su fuerza se echó sobre sí el camello. Los mismos que con su poder de decir no, destruyó el león. Fue así como los dos, el camello y el león, abrieron el horizonte y el campo para que el espíritu se transformara en niño y pudiera afirmarse en y con el devenir.
De este modo, el espíritu se mutó de nuevo y surgió el niño y su capacidad de jugar y crear, vitalmente, nuevos valores y otras formas de asumir la vida; más allá del bien y del mal. Más allá del nihilismo. Más allá del adulto moderno.
Esto es lo que representa el niño en el primer discurso de Zaratustra. La inocencia del devenir y no la obediencia debida, sino, más bien; una obediencia de vida; quizás el único imperativo nietzscheano.

Es contra la ética del deber, quizá la principal figura de la ética del amo y de los bienes, contra lo que se rebela Nietzsche; estableciendo así las bases de una ética del deseo, cuya principal función es decir no a la santificación del deber para poder así, de ese modo, sacralizar la vida misma y no sus ideales y valores nihilistas.
Esto es lo que Nietzsche pone en juego en el primer discurso de Zaratustra, de manera por demás bella metafórica y estilísticamente hablando.
Vale la pena, pues, abrir los oídos a las palabras de Nietzsche, mediadas por Zaratustra, para darle lugar a la sonoridad de su lenguaje y su pensamiento que quiere ser un canto a la vida antes que cualquier otra cosa.
Zaratustra es, desde esta mi lectura, un canto a la vida y un elogio de la niñez y creo que también de la locura (del niño).
Se trata de un canto santo contra la estupidez de la vida adulta, en tanto ésta se instala como la negación de la capacidad creativa de la niña y del niño para transformar el mundo en otros mundos posibles y no su aceptación acrítica; acomodaticia, conformista: de adulto meramente consumidor.
Sí, Zaratustra quiere encarnarse en una otra utopía como posible: el ultrahombre (Übermensch) y su afirmación de la tierra, de la vida y del cuerpo; y también de la sexualidad. En una aceptación de este mundo y esta tierra y, por tanto, en la negación de todos los trasmundos metafísicos.
Por ello Zaratustra dice no a todos los trasmundanos y a todas las especulaciones metafísicas habidas y por haber.
Lo que Zaratustra quiere es que seamos niñas y niños capaces de decir sí a la santa inmanencia de la materialidad de este mundo.
De esa manera santifica la vida; y al hacerlo nos dirige un mensaje único: que amemos la vida, de modo que:
¡Amén!
¡Sí, amen la vida!
P. D. en Modo bibliográfico:
Desde 2016 tenemos ya en español (ya lo había escrito), una edición crítica de las Obras Completas de Friedrich Nietzsche, año en que se publicó el Volumen IV (y último) de las Obras de Nietzsche por Editorial Tecnos, al cargo de Diego Sánchez Meca. A México llegó con algo de retraso. Si consideramos que los Escritos póstumos (ya completos, en 4 Volúmenes, también bajo la responsabilidad de Diego Sánchez Meca) y la Correspondencia (editada por Editorial Trotta, en 6 Volúmenes, bajo la responsabilidad de Luis Enrique de Santiago Guervós), podemos decir que ya se cuenta, en español, con las tres fuentes principales para estudiar a profundidad el pensamiento nietzscheano. Es cierto que en cuanto a Así habló Zaratustra se contaba desde hace buen tiempo con la edición crítica, ya canónica, de Andrés Sánchez Pascual (para Alianza Editorial) y la edición también crítica de José Rafael Hernández Arias para Editorial Valdemar (2005); además de otras ediciones. Para el caso de este texto que versa sobre el primer discurso de Así habló Zaratustra (De las tres transformaciones) se consideró la versión de Alejandro Martín Navarro para Tecnos (Volumen IV, página indicada entre paréntesis en el texto) y la de José Rafael Hernández Arias para Valdemar (p. 83). Y para la versión en alemán, Friedrich Nietzsche, Werke in zwei Bänden (I, p. 559), Carl Hanser Verlag, München, 1967 (basada en la edición de Karl Schlechta, editor Ivo Frenzel).
Nota: Este texto continuará…
Imagen de portada: El hombre frente al infinito (Rufino Tamayo, 1950).
.
J. Ignacio Mancilla.
FB: Juan Ignacio Mancilla Torres
T: @CuerdasIgneas / FB: Cuerdas Ígneas
cuerdasigneas@gmail.com
Un escrito, simplemente hermoso… Un poema a la vida… Y en estos momentos tan violentos, es una apuesta que reivindica el saber vivir… Gracias…. Para mí está lectura es un gran regalo.
Me gustaMe gusta
Recordando sus clases maestro Mancilla, con esta tan esperada explicación sobre las «Tres transformaciones» en el texto de «Así habló Zaratustra».
Cuando lo explicó en clase, (hace varios años ya de eso) me gustó, pero ya estaba guardado en el cajón de la memoria, listo para ser abierto y releído…
«La obediencia de vida, y no, la obediencia debida»
Me encanta!!!
👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽
Me gustaMe gusta
De las tres transformaciones*
Me gustaMe gusta