El lunes por la mañana, en ese su espíritu cíclico absurdo de volver a terminar y empezar con todo, decidí desempolvar el revólver. Había sido un domingo nostálgico, como desde que fui niño; tuve la sensación de que eran las mismas gotas de lluvia y la misma sensación de frío que emanaba la tierra por el exceso de humedad en temporada de ciclones; también, mientras transitaba un trago de bourbon matutino despejando mi garganta, cosa que me funcionaba mejor que hacer gárgaras de bicarbonato para los males de unas amígdalas hipertróficas, pensé que había llegado la hora.

El revólver exigía hacer justicia, cumplir la promesa de morir antes de volverme el viejo que he temido llegar a ser, no sé si ese mismo temor me hacía temblar las manos así, sin ton ni son, como este palpitar de manos repetido e incontrolable. Así, comencé a tener miedo del errar de mis manos a la hora del disparo y quedar quizá parapléjico, cuadripléjico o hemipléjico para siempre, como fuere…, las manos se me acobardaron en lunes.

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Las horas se deslizaron temblorosas también. Al medio día siguiente decidí resolver los pendientes anotados en la pizarra de mi estudio. Había quedado de llamar a la funeraria y confirmar el servicio completo a mi nombre; me debatía, sin embargo, en la idea de la angustia que causaría a quien tomara mi pedido, seguro es inusual encargar un servicio fúnebre para alguien que está vivo aún y que no está agonizando, más aún, que él mismo lo haga; despejaba mis prejuicios con la idea de una “voluntad anticipada” a la que todos tenemos derecho, después de todo la vida es deseable o no es vida. Aun así, no dejaba de ser escalofriante que alguien que quiere apretar el gatillo se tome el tiempo de canjear el revólver por el auricular para hacer una última llamada. Mi marcaje fue torpe, las manos temblaban como unas inmaduras cobardes, las sometí a marcar con la propia cobardía del que es un tirano.

Sostuve el auricular con ambas manos mientras, por su tremor, la voz se alejaba y se acercaba intermitentemente, llamo para confirmar el servicio fúnebre de Román Carbajal programado para el viernes,

¿Diga? ¿Quién es?, no le escucho.

Llamo para confirmar el servicio fúnebre de Román Carbajal programado para el viernes, repetí.

Dígame ¿qué tipo de servicio requiere? ¿Desea que el servicio para su familiar se realice en la funeraria, en su casa, hay que ir por el cuerpo a un hospital, en qué condiciones ha muerto, que tipo de arreglos necesita, desea vestirlo algún familiar, desea que sea incinerado? La ráfaga de preguntas se detuvo de golpe. Un momento, pero hoy es martes, ¿por qué usted está programando el servicio para el viernes?

Lo siento, pensé que hoy era jueves.

Nunca supe por qué mi memoria hacía ese salto temporal pero era frecuente que omitiera los miércoles, no solo creo que son insípidos, me parten el alma de angustia, el miércoles es indeciso, tal vez yo nací en miércoles y por eso mismo no le habría confiado a ese día la decisión de descargar el revólver dentro de mi cabeza; ciertamente este es un pensamiento no solo irracional sino estúpido, después de la primera bala en el cerebro el reflejo de las manos se anula. No estaría mal que este tremor parara.

Mis facies se han congelado, quizá porque es miércoles. Saqué del cajón el testamento, el movimiento fino de los dedos al tomar la hoja y hacerla pasar ha desaparecido, entonces extendí torpemente las tres escasas hojas llenas de cláusulas legales y que albergan en un solo párrafo la decisión respecto a mis bienes. Mi loro irá con su veterinaria a jugar mecánicamente a atender a sus clientes y ladrar como perro a los gatos; esta casa derruida pasará al municipio con la consigna de ser convertida en asilo, incluidos los libros y los enseres, por último, mi armónica irá conmigo en el cajón.  Aún no decido si ser incinerado o sepultado, la soledad y el encierro me matan, pero ninguna de las dos opciones ofrece algo distinto y menos a los muertos.  Al calce he colocado las dos opciones para marcar alguna con un tache antes del disparo. Será mi última firma.     

Quisiera hacer el pago funerario por adelantado, los del forense levantarían primero el dinero y luego me arrojarían a la fosa común y de ahí ni cómo salir ni para el funeral, no quiero decepcionar a los pocos asistentes, entre ellos mi loro Mateo.

Cerré el contrato del servicio funerario realizando el pago; una serie de artimañas verbales hicieron que la encargada de tomarme el pedido pasara por alto la realidad de la cuestión. Respecto a si seré incinerado o no, está por verse, por si acaso, coloqué el dinero restante en un sobre al lado de mi testamento con una explícita consigna.

Hoy jueves he solicitado un servicio de masaje para el día de mañana, lo hallé al azar en un anuncio de periódico, con la clara intención de que la masajista me encuentre muerto y pueda llamar a la policía, no quiero entrar en un estado de descomposición antes de que alguien note mi ausencia ni que Mateo se muera de hambre, de horror o por comerme. Arguyendo una terrible discapacidad expliqué a la masajista todos los detalles para ingresar a mi casa, la llave estará colocada en la misma chapa por fuera, a la vista, si algún ladrón llega anticipadamente, se cumplirá el mismo propósito.

Este revólver perteneció a mi padre, eso dijo una vez mi madre, le había sido heredado por mi abuelo de quien solo conservo una fotografía. Por otro lado, de mi padre conservo no solo el revólver sino los gestos y los ademanes, en buenos tiempos, claro, aunque tal vez estos mismos de ser idénticos se han enfermado de esta expresión pasmada de Parkinson, ha de ser otra forma de huir de la sombra de alguien, porque de no ser uno mismo se enferma mortalmente.

El tambor del revólver permite 5 balas, las he colocado todas, aunque requiera solo una, ha quedado dispuesto. Con la misma trabajosa descoordinación alisté mi ropa. Será negro, no por la muerte ni por lo horrendo que la sangre mancha el blanco, sino porque la vida fue menos dura cuando vestía de negro, así, era yo una especie de mal augurio para los males y estos pasaban de largo.

Es viernes y vuelve a caer la misma lluvia.

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