“Si los palestinos no tienen un hogar, tampoco los israelíes lo tendrán”.

                                                             David Grossman, escritor judío                                                          

En el texto del año 1933 en el que Freud responde la carta de Einstein sobre el porqué de la guerra en la humanidad y se dirige al fundador del psicoanálisis con la pregunta de que si él, que conoce tanto la vida pulsional humana, puede dar una explicación de este flagelo, la violencia de unos pueblos contra otros, que está desde el principio de nuestra existencia como especie, el fundador del psicoanálisis respondió en unos términos que pueden ser muy válidos para nuestro tiempo.

En primer lugar,  el problema que Einstein plantea es éste: «¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”.

Y en el contexto actual, podríamos agregar: ¿y de los genocidios concomitantes a ésta? Porque la interrogación sería si lo que en este momento está ocurriendo en la Franja de Gaza es un crimen de lesa humanidad o una guerra.

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Ataque aéreo israelí en Rafah (sur de Gaza), 12 de octubre de 2023. (Foto: Said Khatib/AFP/Getty Images).

Cierto, cuando un grupo que está harto de las humillaciones , las vejaciones y los ataques cotidianos al guetto donde hacinadamente vive con los demás habitantes de su pueblo e invade a Israel ( lo que sería el ataque de Hamas del 7 de octubre) , esto no es algo para aprobarse y requeriría de procedimientos legales para enjuiciarlo.

Pero cuando un Estado invade a un enclave de refugiados y bombardea de manera indiscriminada durante 13 días a toda la población, además de cercar la entrada al espacio de los palestinos  y dejar a todos, incluidos hospitales, sin agua, electricidad ni combustible para que funcionen los generadores para la atención a los heridos durante los ataques estamos ante un crimen de lesa humanidad. Esto se llama terrorismo de estado.

Einstein  proponía en 1933, a inicios del siglo pasado, en su carta a Freud, una instancia que mediara entre las naciones, con el consenso internacional, para evitar catástrofes como éstas u otras peores.

Y el físico de la relatividad agregaba: “pienso especialmente en ese pequeño, pero resuelto grupo, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal”.

Por su parte, el fundador del psicoanálisis responde, en relación con la Liga de las Naciones (antecedente de la ONU): «la Liga de las Naciones se concibe como esa instancia; mas la otra condición no ha sido cumplida: ella no tiene un poder propio y sólo puede recibirlo si los miembros de la nueva unión, los diferentes Estados (y podríamos agregar: incluidas las grandes potencias), se lo traspasan”.

No obstante, Freud, quien sobre todo va a responder desde el psicoanálisis, remitirá a eso que no deja de ejercer su influencia en la vida humana y subsiste, junto a la pulsión vital: la pulsión de muerte o de destrucción.

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Niño palestino lleva pan entre los escombros en la ciudad de Jan Yunis (sur de la Franka de Gaza), tras bombardeos israelíes. (Foto: Said Khatib/AFP/Getty Images).

Añade: “cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos, nobles y vulgares, unos que se hablan y otros que se callan (…) Por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su identidad”.

Y más adelante: “si la aquiescencia a la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contraria, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimientos entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra”.

Quizá tenga que ver con ello el que actualmente haya movimientos contestatarios y análisis políticos sobre éstos que apelan más bien a utilizar otros caminos que no sean los de la violencia que reproduce la  violencia sistémica y nos deja presos en ella (v. Raúl Zibechi, La Jornada).

En México, los zapatistas son un ejemplo de esto.


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