El siguiente texto se publicó originalmente en L-a Causa del psicoanálisis, el 27 de enero de 2024.
Para Obdulia, Marco Antonio, Leopoldo, Josefina y Luis Felipe en esta hora imposible.
La sombra del objeto cayó sobre el yo.
Sigmund Freud (Duelo y melancolía)
El fundador del psicoanálisis decía en 1915, en su trabajo sobre el duelo, que había dos caminos posibles cuando se perdía un ser querido, un objeto amoroso, un proyecto o un ideal; y hoy podríamos agregar y hasta un órgano de nuestro cuerpo, por ejemplo.
Uno de estos senderos era lo que Freud llamó un duelo normal; es decir un proceso del que incluso recomendaba como algo conveniente no perturbarlo.
El otro era lo que Freud consideró un duelo patológico, el cual no consistía en la duración cronológica del mismo.
Dicen los psiquiatras que un duelo normal no dura más de un año. Los psicólogos agregan otro: para ellos es el que permanece más de dos años.

¿Y nosotros, los psicoanalistas, qué decimos con respecto al duelo?
En primer lugar y, como diría Néstor Braunstein, por el camino de Freud, sabemos que lo normal o patológico de un proceso de duelo no consiste en la cronología sino en la lógica del mismo.
El duelo y la melancolía tendrían qué ver con una diferencia fundamental. Tanto en uno como en otro hay sentimientos de culpa, reproches hacia sí mismo, alejamiento del mundo para retraerse el yo en sí mismo, como principales características, entre otras.
Pero a la melancolía (o depresión, como le decimos actualmente) un elemento esencial la distingue del duelo. Y está relacionado con que el doliente sabe a quién perdió; pero no lo que perdió con él.
Además, entra en juego un mecanismo que podríamos llamar junto con Lacan la identificación; que no le permite desligarse del objeto y al contrario, no puede ni quiere desasirse de él.

La otra cuestión es que para la perspectiva freudiana el duelo se elabora cuando se cumplen dos condiciones: el doliente toma en consideración su propia vida, por una parte, y por la otra, encuentra un sustituto del objeto perdido.
El psicoanalista francés Jean Allouch, recientemente fallecido y quien constituyó un tiempo, junto con Erik Porge, Philipe Julien y Guy Le Gauffey, lo que se llamó la troika de la Escuela lacaniana de psicoanálisis (o los términos equivalentes de la asociación en francés, como a los miembros mexicanos les gusta llamarse con un matiz de colonización para mi gusto innecesario); intentó, no sin algún éxito, ir más allá de Freud en La erótica del duelo en los tiempos de la muerte seca (Allouch, 1995) , avanzar en dos cuestiones: en primer término, en asentar que nada puede resarcir un duelo, a veces ni el sentimiento de la vida propia; y en segundo lugar, que nada ni nadie (en su caso), puede sustituir al objeto perdido, y en un sentido esencial, único.
Tampoco, para Allouch se trata de elaborar o hacer un trabajo de duelo, significante que para él remite demasiado a los asuntos laborales.
Lo que habría qué hacer, propone –y no olvidemos que escribió el texto mencionado con ocasión de un Seminario que impartió en la Ciudad de México y después de haber perdido un hijo en un accidente, Freud decía que no hay herida narcisista más grande que la pérdida de un hijo– es subjetivar una pérdida, a secas.

¿Cómo entender esto?
Hago una propuesta: hacer de esa pérdida una parte de uno, saber que esa pérdida vive y me atrevo a decir, vivirá en nosotros o nosotras mientras vivamos.
Porque si asumimos otro de los planteamientos de Allouch es que lo más importante que se lleva el objeto es una parte de uno mismo que no se recuperará nunca.
¿No será que en el orden del duelo hay siempre un resto, así hayan pasado diez días, un mes, 3 años, 35 o 50 del suceso mortuorio?
¿Y no será asimismo que, como en el análisis, en el duelo hay siempre algo del orden de lo interminable?
Como ante la muerte, dejo el enigma; pero también la pregunta.
Eunice Michel
Guadalajara, Jalisco, 27 de enero de 2024 (a diez días de la muerte de mi madre).
Imagen de portada: Girl with Balloon, South Bank, Londres (Banksy, 2002).





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