Para Helí Morales

Lacan decía que no hay nada menos propio que el nombre propio. Y sí, esta aseveración del psicoanalista francés que ha dado el nombre a todas y todos los que en el psicoanálisis contemporáneo nos reivindicamos lacanianos, se manifiesta ilustrativamente en la serie Halston, de la plataforma Netflix.

La miniserie, de 5 episodios y basada en la biografía que Steven Caines escribió sobe el famoso diseñador estadunidense (Simply Halston), nos muestra significativamente lo que representa para el sujeto su nombre propio.

Ése, que le sobrevive, que le marca, que se coloca en una lápida al final de su vida en la que lo más importante que se dice es que ahí  yace un hombre, o una mujer, o un sujeto no binario, como actualmente se dice, que vivió, aunque la dimensión del reconocimiento social sea algo mucho más logrado en algunos que en otros seres humanos.

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Imagen promocional de ‘Halston’ / Netflix.

Ése, que tenemos que hacer propio a lo largo de nuestra existencia, siguiendo otra idea de Lacan, esta vez citando a Goethe “lo que has heredado, hazlo tuyo”.

Ése, que tenemos que cuidar, porque si no lo hacemos, ¿quién más va a hacerlo por nosotros?

El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, desde que cambió su nombre de Segismund a Sigmund, que es como lo conocemos todes, muestra también, literalmente, cómo empieza a apropiarse de su nombre.

En el caso de Halston, cuyo nombre completo era Roy Halston Frowick, cuando comienza a diseñar para el mundo de la moda de los 70, primero sombreros y después vestidos cuando aquéllos dejaron de usarse, él se denomina solamente con su segundo nombre y es el que utiliza para hacerse famoso.

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Roy Halston Frowick (1932-1990) / A24.

La miniserie, desde luego, es una buena oportunidad de entretenerse con lo que se juega entre bastidores en el glamoroso mundo de la moda, las feroces competencias y apasionadas relaciones amorosas; la diversidad de los estilos de un Balenciaga, un Óscar de la Renta, un Calvin Klein, un Yves Saint Laurent, para citar sólo algunos.

Los excesos, en todos los sentidos, de las vidas de los personajes de un universo donde el dinero y los lujos son la moneda corriente para relacionarse en este universo, paradigma de la frivolidad; pero también de fuertes relaciones amistosas y eróticas. En el caso de Halston quizá podemos preguntarnos por el contraste entre sus sobrios diseños y la desmesura de su vida cotidiana.

Pero no quiero contarles la serie. Para ello ahí está la plataforma.

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Halston, Andy Warhol y Nancy North, 1973 / CC.

Lo que en esta  reseña  quise hacer lo voy a resumir en una de las últimas conversaciones de Halston con un amigo de él, poco antes de su muerte.

El diseñador le dice a uno de sus grandes amigos: “yo vendí  mi nombre y lo vendí barato” y su amigo le contesta “¿te parece barato millones de dólares” y Halston replica “sí; porque ahora pagaría el doble por recuperarlo”.

¿Será porque el nombre propio, siguiendo a Marx, es aparentemente una mercancía como cualquier otra?; después de todo estamos en la sociedad que todo lo valúa en dinero; pero, como la fuerza de trabajo, produce siempre un plus que, si lo vemos desde la perspectiva del sujeto que lo porta, no tiene precio.


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