Para mi hermano, Luis Felipe Michel Díaz 

Para José Manuel Martínez y Lolita Arrizon   

Para Rodolfo Reyes Crespo, in memoriam                     

No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos.

                                                                            La esencia del heroísmo es resistir.

                                                                          Si morimos, moriremos caminando.

Tuve sólo dos certezas: que ya estaba muerto

y que no iba a rendirme hasta el  final.

Si es cierto que hay vivencias peores que las de la muerte, también es cierto que la angustia fundamental tiene que ver, como Jean Paul Sartre lo señalaba, con la angustia ante la muerte, ante la propia aniquilación.

Porque desde luego que aun cuando hay un aserto como el de Freud que está presente en todo el psicoanálisis, de que no hay una concepción de muerte en el inconsciente, es también cierto, asimismo, que la única muerte que se juega siempre en nosotros tiene que ver con la propia, a través de la de los demás.

En estas Jornadas voy a abordar cómo se jugó, desde mi perspectiva, esa cuestión en los llamados para la posteridad sobrevivientes de los Andes, los integrantes del equipo de rugby cuyo avión se estrelló en la cordillera de los Andes, y quienes vivieron dos meses más después del avionazo hasta que fueron rescatados por la fuerza aérea uruguaya.

Este suceso, ocurrido en el año de 1972 es uno de los acontecimientos más narrados tanto en el cine como en la literatura; así como en diversos testimonios de los sobrevivientes.

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Sobrevivientes de los Andes junto al fuselaje del avión, 1972. Foto: sociedaddelanieve.com

Y la cuestión más comentada (dicha con reticencia al principio y abiertamente después) ha sido que la sobrevivencia de más de 60 días fue debida al canibalismo, al que tuvieron que recurrir en relación con los cuerpos de los pasajeros muertos en el avionazo. Grave transgresión, fundamental para considerarse un ser civilizado, según Freud, por la que no volvieron a ser los mismos; pero sin la cual, en esa situación extrema, se jugaba su propia vida y muerte.

En el catálogo de Netflix, tenemos dos películas sobre este asunto: Alive! (¡Viven!), y La sociedad de la nieve, basadas en las novelas de Pier Paul Read y de Pablo Vierci, respectivamente, sobre el tema. En la segunda de estas, la presencia que narra es Numa Turcatti, uno de los muertos.

Cabría señalar que este personaje, en la realidad, falleció un día antes de ser rescatado, por una herida que, al infectarse, debido a la falta de antibióticos, se volvió septicemia, esto después de haber sobrevivido 59 días al accidente.

¿Qué de la angustia y qué del duelo están presentes en los supervivientes de los Andes y cómo se coloca cada uno de ellos –o ellas–, ante estos?

En primer lugar, la angustia ante la muerte; pero, asimismo, lo imposible de la vida.

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Fotograma de ‘La sociedad de la nieve’ (J. A. Bayona, 2023, España/Netflix).

Curiosamente, será uno de ellos, Nando Parrado, quien se coloca en el lugar de la imposibilidad y no de la impotencia, como ocurre con los demás, incluido el capitán del equipo, quien se reprocha “no ser Dios, para salvarlos,” y quien no podrá hacer nada por salvarse ni salvarlos, pues, de hecho, muere en el intento.

En cambio Nando, situado en ese lugar de lo imposible es quien va a salvarse y a salvar a los de más.

Cuando Roberto Canessa duda acerca de cruzar la montaña sin equipo, ya que caminaron diez días sobre la nieve, sin más equipo que un saco de dormir improvisado, le dice a Nando que es imposible cruzar la montaña, éste último replica que también era imposible salvarse del avionazo y de alguna manera le cuestiona cuántas cosas imposibles han ocurrido hasta ese momento, no siendo la menos importante tener que recurrir al canibalismo para continuar vivos.

Sobre esto último hay una cuestión bastante ilustrativa, ya que ninguna de las mujeres sobrevive, pues se negaron a consumir carne humana.

Pero es sólo alguien como Nando, con esa tesitura de líder que ahí aparece, en esa circunstancia extrema, quien no se rinde, espera y actúa, desde lo imposible, contra toda esperanza.

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Nando Parrado y Roberto Canessa, 1974. Foto: Getty Images.

La esencia del heroísmo es resistir, decía Canguilhem. Él, que escribió en los campamentos, los famosos maquis de la Resistencia francesa contra los nazis, su obra fundamental, Lo normal y lo patólógico; él, que enterró a su amigo Jean Cavaillès, brillante matemático, muerto por tortura en los cuarteles de la Gestapo, por no traicionar a sus compañeros de lucha; él, que del pacifismo inculcado por Alain (Émile Chartier),después de la Primera Guerra Mundial, pasó a la acción armada (en su caso como médico, atendiendo a los heridos), para defender la soberanía de su patria.

Cavailles, quien como Pedro frente al capitán, el heroico arquetipo ficcional elaborado muchos años después en Latinoamérica por Mario Benedetti, con respecto a los movimientos guerrilleros de la década de los 70, muere por no traicionar a sus compañeros.

Y en México, el caso real de Rodolfo Reyes Crespo, Erik, militante de la Liga Comunista 23 de septiembre, quien murió torturado por no entregar a su comandante, Pedro Orozco Guzmán, Camilo.

Resistencia: eso es lo que desarrollaron todos los sobrevivientes de los Andes, Nando, el primero.

La otra cuestión que está en juego entre los imposibles de los jóvenes deportistas del equipo uruguayo de rugby es el duelo.

Nadie puede llorar a los muertos(as); lo que está en el primer plano es vivir.

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Foto publicitaria de ‘La sociedad de la nieve’ / Netflix.

Parece una guerra. Como aquellas en las que los y las que han sobrevivido a alguna, sea del tipo que sea, dejan los duelos suspendidos porque lo primordial es cuidarse y permanecer vivos(as).

Así, el equipo de rugby va a ver las muertes ya realizadas de los pasajeros, aquellas por realizarse en un corto plazo de los miembros de la tripulación, en especial el piloto y copiloto; también irá viendo poco a poco, como de los 29 sobrevivientes, de un vuelo de 45 personas, en esos 72 días de resistencia, irán muriendo uno a uno muchos más, hasta quedar solamente 16.

Las tres mujeres que sobrevivieron inicialmente, la hermana de uno de los deportistas y la esposa de otro, así como una pasajera, no vivirán.

Dos de ellas en particular por no querer comer carne humana y la otra por sus graves heridas; pero, ilustrativamente, vemos cómo ninguna de ellas puede intentar el canibalismo.

Son los varones quienes van a sobrevivir; pero, como en una guerra, la muerte, de ser un horizonte, se vuelve un acto cotidiano. Como dice Freud en De guerra y muerte, todos o casi todos los días está muriendo o muere alguien. El último, narrador en La sociedad de la nieve, Numa Turcatti.

Turcatti, como antes mencioné, sobrevivió 59 días con una grave herida sufrida en un intento de escalar la montaña y falleció un día antes de ser rescatado, debido a una infección por la falta de antibióticos, que le causó septicemia.

Pierci decidió que su novela fuese narrada por alguien que ya había muerto, para dar voz a quienes ya no estaban para contarlo.

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Enzo Vogrincic como Numa Turcatti en ‘La sociedad de la nieve / Netflix.

Finalmente, en la relación con los duelos, en la relación con la angustia, en relación con lo más imposible de todo, los sobrevivientes de los Andes, en un acto supremo de heroísmo y solidaridad, van a donar no un órgano sino su cuerpo entero, a quienes queden con vida, explícitamente.

En este contexto, uno por uno, después del canibalismo, irán diciendo a sus amigos que pueden disponer de su carne después de su muerte, que lo hagan sin remordimientos y con su autorización.

En una situación como la que ellos viven, unos se aferrarán a sus creencias religiosas, prácticamente todos.

El único que se declara agnóstico y prefiere no rezar va a ser el que después de una avalancha y cuando en esta han perdido la vida varios de los sobrevivientes del accidente, aún dentro del avión, al aproximarse otro alud y sin que nadie se lo pida (sus amigos se lo pedían antes de ello), comenzará a rezar.

Porque, en el fondo, de la angustia ante lo real, nadie, nada puede defendernos.

¿Sólo Dios?

Esa es otra enseñanza de la experiencia de estos hombres.

No volveremos a ser los mismos, dicen ilustrativamente.

Pero ¿quién puede ser el mismo o la misma después de una guerra?

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Imagen del rescate de los sobrevivientes de los Andes (23 de diciembre, 1972).
Foto: Phil Le Blanc / Corbis.

Desde mi perspectiva, los sobrevivientes de los Andes vivieron algo imposible después del avionazo; vivieron una guerra. Una lucha día a día por la sobrevivencia.

¿Que transgredieron un tabú fundamental de la civilización?

Sí; pero quién, en su situación, no lo hubiera hecho.

Por ello la escena de la película, cuando Canessa duda de cruzar la montaña sin equipo (10 días caminaron sobre la nieve sin equipo, para pedir ayuda), Nando le contesta: sí, imposible; ¿cuántas cosas imposibles hemos vivido desde la caída del avión?

Y es desde ahí, desde situarse en el orden de lo imposible, desde donde van a lograr lo posible.

No sé ustedes, pero singularmente pienso que, en una situación como esas, un líder que no se coloca ahí, no es el líder que se necesita.

Si Nando logró, junto con Canessa, regresar con un helicóptero de la fuerza aérea uruguaya por sus amigos, después de más de 60 días de haber sobrevivido a la caída del avión, fue por colocarse no en el lugar de lo que se podía hacer sino, en el lugar de lo que no era posible; y no en el espacio de la impotencia, sino en el de la imposibilidad.

Y sí, porque paradójicamente, era desde ahí donde estaba la única posibilidad.


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