Quien bien te quiere
Li Tzu no conocía el mar. Su aldea se perdía en la montaña. Llevaba una vida tranquila; pero cierta tarde subieron los soldados del emperador.
Li Tzu había perdido una pierna. Era inútil para la guerra. Cuando los soldados partieron se llevaron a su mujer, quien era muy hermosa.
Las batallas se sucedieron. Las milicias del emperador conocieron la derrota. Li Tzu sobrevivió, anclado en la montaña; pero el hambre y el abandono lo mermaron.
A la vuelta de los días, volvió la mujer. Le habló de batallas en los mares, de olas que se tragaban ejércitos. Li Tzu hirvió de deseos. Lloraba: su pierna le negaba la esperanza de conocer el mar. La mujer le contó más historias, buscaba entretenerse; pero la vida al lado de Li Tzu la miraba ya vacía.
El desprecio arrullado por un tiempo mutó a insultos; luego a golpes. Li Tzu lo permitía, a cambio de que ella le contara la vida en el mar.
Por fin huyó la mujer. Li Tzu lloró, inconsolable.
Un lustro después fue admirado y reconocido, como autor de Los siete libros de las aventuras marinas de Chi Tzuen, la mujer de Li Tzu.

El que con niños duerme
La primera vez que se dio cuenta había leído las guerras del coronel Aureliano Buendía. Entonces, asombrado, miró una relación entre sus lecturas recientes y sus inevitables secuelas corporales. No había duda: era una patología literaria. Esa mañana anduvo con las manos en jarras porque sus axilas habían adquirido los molestos golondrinos del coronel.
Así entendió que la anemia inexplicable de la semana pasada había llegado por dormir dos noches continuas en un novedoso almohadón de plumas, y que la decadencia física de hacía un mes tuvo que ver con la muerte triste e inesperada de Iván Ilich. Una a una recordó sus lecturas. Vio, por ejemplo, que estuvo a punto de volverse loco en abril, y que en mayo había sufrido unos deseos inenarrables por asesinar a un campesino. Juró no leer más.
Le funcionó algunos años, hasta que en un aeropuerto leyó sin querer las primeras líneas de La Metamorfosis. Le fue muy cómodo entonces abordar el avión en tres pares de patas.

Felipe Ríos
Las opiniones vertidas en las columnas invitadas y en las publicaciones especiales reflejan el punto de vista de su autor o autora y no necesariamente el de Cuerdas Ígneas como proyecto de escritura. Para comentarios, observaciones y sugerencias escríbenos a: cuerdasigneas@gmail.com





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