Se dice popularmente que no hay que quejarse de envejecer. Es un privilegio negado a muchos. También se dice que no hay otra manera de vivir mucho. Las dos aserciones son ciertas; pero implican dos preguntas que muchas veces ni se mencionan. Una, envejecer, ¿en qué condiciones? ¿Con cuál calidad de vida? Y la otra: ¿ocupando cuál lugar para la familia de uno o una?
¿Somos ya una sociedad descorazonada?
Dos hechos recientes, de dimensiones terribles y horripilantes, además de unos relatos de ficción, magníficos y espléndidos, han hecho que me formule la pregunta que da título a estas mis cavilaciones
Diálogos entre lo falso y lo cierto
¿Hasta dónde podemos decir con certeza la diferencia entre falsedades y certezas, entre ficciones y hechos históricos, entre mitologías y vivencias antiguas? La pregunta me ha acompañado en mi labor escritúralo y se ha hecho presente también en espacios académicos, esos de los que he renegado tanto, pero que, al final, también son parte de mi historia
¿Quién traicionó a Ana Frank?
Pocos periodos de la historia de la humanidad, y tal vez el único de la época moderna, han sido tratado tantas veces, en diferentes campos, como la Segunda Guerra Mundial y su devastación, no sólo en términos de mortalidad humana, de por sí ya terrible, sino también en cuanto a la muerte de los símbolos. Al respecto, vale la pena citar la frase de uno de los personajes de Al límite del atardecer: “la civilización occidental se fue por los hornos de Auschwitz”