Columna invitada
Misael no lo sabe, pero sus manos gobiernan su vida, y sus manos tienen una doble vida; durante algunas noches es músico, sus manos estudiaron música clásica en la Escuela de Bellas Artes y su género favorito (me ha dicho) es el blues. No le he conocido en los bares que ha tocado, de esta faceta sé apenas una pizca, porque durante el día, en la otra versión de sus manos, Misael es babero y ahí deleita el ambiente con esa su música.
Mientras corta el cabello, uno a uno, en la fila de clientes que lo visitan, sus manos tocan decenas de texturas distintas; y así de hábitos y secretos.

Están, por ejemplo, los cabellos tristes, desnutridos y opacos, como si antes del corte vinieran vencidos a entregarse a esa especie de guillotina que son sus tijeras. Imposible no preguntarse por la tristeza de esas hebras; alguna vez leí que los cortes de cabello más drásticos suelen estar ligados a los intentos de un cambio en la vida, a un corte y un paso a otra cosa. Las manos de Misael no lo saben pero asisten a dar por muerto algo o a alguien.
Miro las muchas decenas de cabellos que hay en el piso y descifro apenas dos o tres especies distintas, pero este camuflaje es un despiste, la cantidad no corresponde solo a dos o tres clientes, sino a varios de la misma especie, tal vez morenos de cabello crespo, desaliñado y trasnochado como puede serlo un cabello en domingo por la mañana.

Dire Straits suena en su consola, porque sus manos son también apasionadas de lo antiguo. Al instante y con una habilidad quizá siniestra sus manos desenfundan una navaja fina de su pechera de barbero; asisten precoces frente a un cliente que pide la barba sombreada; si sus manos quisieran podrían pasar de la barba al cuello del hombre que restira la piel para eliminar cualquier vello, pero sus manos son de artista también y entonces han hecho un pacto con la vida. Brothers in arms deleita un ambiente que contiene las aspiraciones de la violencia. Las guerras se libran en este espacio con un ajedrez en su salita de espera que hace que los turnos se pierdan o se salten sin armar lío.
Las manos de Misael también arrullan y sumergen a sus clientes en un estado casi hipnótico en el que comienzan a hablar del trabajo, de la escuela, de los hijos, de algunos recuerdos compartidos con él, de la pareja, de política, de música, de los problemas comunitarios o del movimiento de las piezas del ajedrez mientras se despliega una curiosa escena en la que un espejo al frente les devuelve una imagen novedosa con una manos ágiles que no dejan de hacer cortes por aquí y por allá, en la cabeza y en el pensamiento también.

Angélica Reyes
Imagen de portada: archivo personal.
Las opiniones vertidas en las columnas invitadas y en las publicaciones especiales reflejan el punto de vista de su autor o autora y no necesariamente el de Cuerdas Ígneas como proyecto de escritura. Para comentarios, observaciones y sugerencias escríbenos a: cuerdasigneas@gmail.com





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