Columna invitada

Jazmín es un nombre que evoca los aromas de la noche, es una flor que despierta con ella; pero cuando yo conocí a Jazmín, de quien quiero hablarles, descubrí que ella curaba de la oscuridad de la que uno padece, de esa noche de cada uno, como si de un modo enigmático esa oscuridad se despertara ante ella y sus manos, especialistas en medicina tradicional china y mesoamericana.

Cuando conocí a Jazmín, sus manos me dijeron que yo tenía un cuerpo, como si un día lo hubiera olvidado, pasa así a veces, que los pies avanzan automáticamente, pero el cuerpo de uno se ha quedado atascado en una elipsis temporal remota, no sería absurdo compararlo con la pérdida de un equipaje en medio de la noción de un viaje que de principio pareciera inmenso, una noción que se desvanece cuando se descubre al final de los días que sólo se trataba de la vida. Un descubrimiento a posteriori, mirando un poco hacia atrás.

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Creo que los pies escasamente se olvidan de la costumbre y de los caminos atravesados, aunque la mirada se pierda, el corazón esté roto o la memoria falle, solo cuando ellos se resignan ante la vida y eligen andar al margen de las interminables autopistas; ahí sí, los pies también se han perdido. Nunca he sabido qué caminos desandan esos pies andariegos o vagabundos y a quién llevan consigo.

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Una vez, rengueando, mis pies me llevaron a las manos de Jazmín, y quizá a mi historia misma, a la ilusión del reencuentro con las manos de mi abuela. El mágico poder de las manos de Jazmín está, quizá, en que le devuelven el cuerpo a uno, ese cuerpo olvidado, marginal, incómodo, una especie de extranjero del que quisiéramos deshacernos. Un cuerpo hecho de retazos de historias, de sensaciones placenteras y/o dolorosas, de pequeños traumas silenciados “por el bien de uno”; esas son las oscuridades de cada uno y frente a ellas, las manos de Jazmín avanzan.

Comienzan suaves, con una timidez respetuosa, aproximándose a ese lienzo que es piel; el primer tacto de sus manos es de exploración, de un tanteo ciego, un acto ceremonioso de pedir permiso en el acto de palpar, tocar, de sumergirse en los poros por los que la guían las palabras del doliente, es una invocación al nudo que hacen el silencio del dolor y el cuerpo. Las manos de Jazmín emulan una dulce escena de la creación del hombre a partir del barro, una especie de reinvención del cuerpo y del ser, ahí está su magia.

Cuenta que un día, afuera de la facultad de medicina una mujer le leyó las cartas y auguró su poder curativo con las manos, de ahí en más, ellas han sido su destino, para el bien de muchos.

El ritual sanador que sus manos despliegan no es sin efectos sobre el cuerpo de ella, sus manos chasquean cargadas de las tensiones liberadas en el cuerpo de otro, le veo sacudirse las manos y sentimos los que ahí estamos cómo algo de dolor se pierde, quizá no del todo; Jazmín cuenta que alguna vez se descubrió con el dolor de pierna del que había curado a una paciente, como si éste le hubiera sido transferido. El acto de curar tal vez sea eso, “prestarle” el cuerpo al otro para que a través de uno se alivie, es un acto infinitamente amoroso para con la vida que ella sepa estar a través de sus manos. Pasada la noche, y después de un tiempo de tratamiento mis pies volvieron a andar junto conmigo, sin embargo, querré volver siempre.

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Angélica Reyes


Imagen de portada e imágenes en el cuerpo del texto: archivo personal.

Las opiniones vertidas en las columnas invitadas y en las publicaciones especiales reflejan el punto de vista de su autor o autora y no necesariamente el de Cuerdas Ígneas como proyecto de escritura. Para comentarios, observaciones y sugerencias escríbenos a: cuerdasigneas@gmail.com

Una respuesta a “CRÓNICA DE MANOS | Manos mágicas”

  1. Sagrado caminó la misión de Jazmín. Un masaje , una caricia, un tacto renueva… El toqué no puede ser de cualquiera…

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