Un helado día de invierno, los miembros de la sociedad de puercoespines se apretujaron para prestarse calor y no morir de frío. Pero pronto sintieron las púas de los otros, y debieron tomar distancias. Cuando la necesidad de calentarse los hizo volver a arrimarse, se repitió aquel segundo mal, y así se vieron llevados y traídos entre ambas desgracias, hasta que encontraron un distanciamiento moderado que les permitía pasarlo lo mejor posible.
Schopenhauer, citado por Freud.
Esta es una historia que no tiene nada qué ver conmigo, así como Hegel dijo —y perdóneseme la desmesura—, cuando se tomaba un café en una ciudad de Alemania, a una señora que le preguntó si él era Hegel y Georg Wilhem Friedrich le contestó: Sí. Pero cuando ella insistió: ¿el que escribió La fenomenología del espíritu? , el hombre sentado la mesa del restaurante le respondió: “Sí, pero eso no tiene nada qué ver conmigo”.
En este caso, eso ocurrió en una galaxia muy, muy lejana.
El papá y la mamá de Kal El, no festejaban las navidades. En primer lugar porque en Kriptón todavía no existían y cuando existieron fue en un planeta al que llegarían mucho después él y su hermana Eloisa, y serían conocidos como Clark y Eloisa Kent, respectivamente, además de ser adoptados por un matrimonio campesino.

No festejaban; pero sí se enfrentaban. Contrariamente a lo que el mito dice, de que la mamá y el papá de estos personajes se llevaban muy bien. Al contrario, como ambos eran muy inteligentes, brillantes, estudiosos y cultos, además de excelentes profesionales, cada uno en su campo, competían todo el tiempo entre sí y por el amor de sus hijos e hijas. Porque tampoco es cierto que solo una hija y un hijo tenían. Eran muchos más, pero de estos y estas no se supo muy bien la historia , porque los enviaron a todos a planetas distintos y acabaron convirtiéndose en extraños con sus demás hermanos y hermanas, al tener, cada uno y una, distinta religión, creencias políticas opuestas y visiones de la vida diferentes.
Lo que sí se sabe es que cada uno(a) siguieron su propio rumbo y acabaron siendo tan dísimiles entre sí, que las raras ocasiones en que llegaron a reunirse, sin darse cuenta, repetían la historia de sus padres y en vez de festejar sus encuentros juntos, estos se convertían en verdaderos ajustes de cuentas en los que cada uno quería, imaginariamente, ser más que el otro, y de los que salían, en vez de estar contentos, profundamente heridos por las competencias y álgidas discusiones que se daban, a la menor provocación, entre ellos y ellas.
Había celebraciones totalmente felices, desde luego; pero estas fueron más bien la excepción y no la regla, que es lo que deberían haber sido. Ello desde luego, sin contar que cuando estos hermanos y hermanas distantes y a la vez cercanos, crecieron, cada uno y una habían edificado refugios en los que se atrincheraban con sus respectivas familias y en donde construían, como ocurre con todos y todas, un hogar donde pasar los tiempos difíciles y los fáciles, o simplemente vivir (lo cual no es así de simple).
Otra cuestión que fue cargando de manera significativa, las fiestas decembrinas, en particular para Eloisa, fue cuando su amigo Peter , con quien jugaba en la granja vecina desde niña, y a quien le gustaban mucho también todos los animales del campo y cuidar los productos que ahí se producían, decidió internarse, ya de joven, mientras cumplía unos encargos de sus padres, por una callejuela urbana peligrosisíma, donde lo esperaban unos chicos malos, quienes aconsejados por demonios que ahí moraban, se atrevieron a herirlo gravemente, un 24 de diciembre (que es cuando se celebra la Nochebuena en la Tierra, planeta al que arribaron Kal-El y ella, cuando los enviaron al espacio sus padres, para salvarlos de la destrucción de Kriptón); heridas de las cuales no se recuperó y de las que murió esa misma noche en el hospital al que lo llevaron los mismos chicos malos, asustados y avergonzados de lo que habían hecho, pero sin tener los arrestos para rebelarse contra los amos oscuros que dominaban su vida.

La gota que derramó el vaso, como se dice, fue la Nochebuena que su fiel perro Val-El, llamado así en honor a los nombres del planeta de donde venían ella y su hermano, fue “dormido” para siempre por un veterinario del pueblo, al mediodía de otro nefasto 24 de diciembre. Y luego de dos noches que a Eloisa le parecieron una pesadilla —de la que todavía espera despertar algún día—, en la que el más leal de sus amigos se fue yendo en medio de un dolor injusto, inmerecido e indecible que ya no mitigó ninguna medicina.
Sufrimiento innecesario —quizá como todo sufrimiento—; pero más el de un ser cuyo único «pecado» fue serle fiel a su protectora hasta el último de sus días; fidelidad que no tuvo ninguna recompensa y al contrario. Lealtad que se pagó con un imperdonable descuido de parte de quien tenía que cuidarlo y en quien él confió hasta el final y un procedimiento equivocado de quien médicamente lo atendía.
No hay más palabras. Sólo culpa y vacío.
Culpa por omisión.
Vacío por una ausencia que no se reparará mientras la kriptonia viva.

Pero eso, esa historia ocurrió en otro lugar y otro momento. En otro espacio y otro tiempo.
¿En el país de Nunca Jamás? ¿En el castillo de la Bella durmiente? ¿O en la residencia donde viven Potter y sus amigos?
Yo no lo sé; pero como lo dije desde el principio. No tuve; no tengo nada qué ver con esa narrativa.
Y volviendo a Hegel, hay gente que es como un alma bella: lo que les ocurre no tiene nada qué ver con ellos o ellas.
¿Pero porqué será que la noche anterior a la Navidad estoy tan, pero tan triste?
Eunice Michel
16 de diciembre de 2024.
Guadalajara, Jalisco. Colonia Morelos.
Imagen de portada: Alcanza.





Replica a No-festejos navideños – Cuerdas Ígneas Cancelar la respuesta