En estas dos semanas hemos tenido en Cuerdas Ígneas reflexiones sobre la Navidad, el consumismo, la tristeza que puede aparecer en estas fechas y diferentes fenómenos relacionados con la época decembrina.
A unos días de la Nochebuena, sumo mi propio sentir sobre estas fiestas que en alguna medida tiene que ver con las publicaciones que le preceden.
Desde hace tiempo comencé a sentir que la Navidad no era una fecha en la que quisiera participar de festejos. En parte por mi ateísmo, pero también porque me parece una fecha en la que abundan los encuentros hipócritas, así como una especie de buena onda generalizada que puede rayar en lo superficial, el epítome del capitalismo.
Sumando el fenómeno del consumismo y la mercantilización de los deseos que termina aglutinando todo lo que está mal en nuestro sistema económico, me sentí con la necesidad de alejarme del fenómeno navideño y más bien limitarme a estar en casa, si acaso cenando algo especial sin ningún tipo de parafernalia.

Reconozco que he recibido muy buenos regalos en Navidad, algunos que incluso me sorprendieron bastante. Y recuerdo que, en la infancia, las cenas familiares estuvieron marcadas por los juegos con mis primos, especialmente con mi primo Renato, con quien prendía luces de bengala en la cochera de mi abuela.
Con el tiempo esos encuentros se fueron espaciando hasta desaparecer por completo. Las razones de ello pueden dilucidarse un poco en esta ficción sobre una familia extraterrestre.
Llegaron otras épocas y quizá también fue apagándose un poco la magia. Actualmente suelo cenar en casa con Víctor. Encargamos algún platillo vegano para compartir en pareja y a veces hacemos ponche.
Cuando leo sobre personas que no la pasan tan bien en estas fechas o que se ven ante recuerdos difíciles, pienso en lo importante que es ser empáticas con quienes tienen otra experiencia de vida. Más que nunca me planteo la necesidad de no imponer ese discurso de la alegría en Navidad, entendiendo que no todes la pasamos igual.

Me sumo entonces a la idea de que no festejar la Navidad está bien. Los no-festejos navideños deberían ser igual de válidos que los festejos. Y la tristeza debe tener un lugar en estos meses fríos.
Pensando también en cómo está el mundo, el ánimo festivo es difícil de sostener.
Luis G. Abbadie nos dice en su libro El rastro de los antiguos que «Si el infierno es repetición, el apocalipsis es monotonía. Estamos lo bastante viciados para convertir el fin de los tiempos en algo cotidiano. El último ser humano de la Tierra va a desaparecer esperando que la cafetera se llene».
¿Es así como veremos el ansiado final del capitalismo? ¿Inmersas en la monotonía de una fila en el supermercado?
Inés M. Michel
Imagen de portada: DM Arg.





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