Hoy se celebra el Día de la Madre y quiero hacer un reconocimiento a la mía.


Tengo por fortuna una gran madre que desde mi más temprana edad se dedicó a prepararme para que pudiera defenderme en esta vida. Siendo una gran maestra siempre estuvo pendiente de mi educación formal, pero sobre todo de la otra, la que no se adquiere en la escuela sino en la realidad.


La vida de mi madre fue difícil, si alguien es prototipo de eso que hoy se le llama «cultura del esfuerzo» es ella. Siempre trató de transmitirnos su experiencia para que pudiéramos superar las adversidades. Sobre todo, nos previno con gran acierto de lo que no deberíamos hacer.

Baste un breve ejemplo de lo anterior. Siendo yo muy niño, tenía 6 años cuando llegamos a Mascota, extraordinaria población, preciosa con grandes virtudes, pero también con grandes peligros y riesgos para el futuro desarrollo personal.

Casa de la familia Michel, 2010. Foto: Inés M. Michel / David A. Becerra.


Uno de estos peligros era que tenía una gran cultura alcohólica, por llamarla de alguna manera, donde se ponderaba casi como virtud una borrachera y se veía como dignos de emular a quien tomaba , jalaba el mariachi por mucho tiempo, hacían grandes fiestas.


El asunto es que a mi mamá siempre le preocupó que yo viera tales ejemplos y que fuera a participar en la borrachera, así que se dedicó a denostarla con exageración para que yo entendiera que era un vicio despreciable, deleznable, algo en lo que no debía incurrir.


Ya me extendí, perdón, pero como estamos en cuarentena y tenemos tiempo de sobra para leer les comento algo más.


Mascota era un pueblo muy culto, «La Atenas de la Sierra» le decían, y se acostumbraba que la mayoría de las personas pudientes aprendieran a tocar algún instrumento musical. Mi padre tocaba la guitarra, el violín y el chelo.
A mí, como nieto mayor de Don Leopoldo Michel, uno de los personajes más importantes de aquella sociedad, me llevaron a aprender a tocar la guitarra con Don Salvador, un señor invidente al que apodaban El Ciego, que había sido maestro de mi tía Josefina y de mi papá. Esta tradición, aparentemente buena, causó que mi madre se opusiera con el firme carácter que todos conocemos, lo que llevó a un fuerte enfrentamiento con mí tía Josefina, quien había tomado la decisión de llevarme.

Calle de Mascota, Jalisco, 2010. Foto: Inés M. Michel / David A. Becerra.


Tiempo después, mí madre, a pregunta expresa de mi parte, me contestó por qué se opuso, y le di la razón; me dijo, «Hijo, a quien toca guitarra o algún otro instrumento musical siempre se le invita a fiestas, serenatas y reuniones de todo tipo donde hay alcohol y a veces hasta otras cosas, por ello, nunca permití que aprendieras a tocar ningún instrumento».


Hermanos y hermanas, esa visionaria mujer es nuestra madre, por ello, hoy le manifiesto mi testimonio de admiración, cariño y respeto; y pido a quien esté cerca que le dé un abrazo y un beso a la mujer a la que tanto le debo, a mi madre.


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