¿La muerte le da otra dimensión a nuestra vida y a la de los otros?
Mi médico, José Antonio Ugartechea, murió hace casi un año. Y de pronto comencé a recordar.
Recordé la vez que le dije que no me tomaba la medicina tres veces al día porque se me olvidaba a la hora de la comida, ya que mi vida era «muy complicada». Él sonrió y ajustó las tomas y la potencia del medicamento para que tuviera que tomarlo solo dos veces al día, en la mañana y en la noche.
Recordé el día que le platiqué que mi mamá estaba convencida de que era alcohólica porque gustaba de salir todos los fines de semana de fiesta y en esas fiestas solía haber alcohol. Él se quedó callado e hizo pasar a mi mamá al consultorio. Me miró muy serio y me dijo: «¿Tomas alcohol?». «Sí», contesté desafiante. «¿Diario?». «No, solo cuando salgo de fiesta?». «¿Y si no sales de fiesta, necesitas tomar alcohol?». «No». «Ah, entonces yo no veo que haya problema de alcoholismo», le dijo a mi mamá. Luego, discretamente, me guiñó un ojo, mientras mi mamá suspiraba aliviada.

Recordé la ocasión en la que le hablé llorando porque en el IMSS fueron horribles con Víctor y lastimaron su brazo que sufrió quemaduras de tercer grado al reventar sus ampollas (procedimiento estándar, dijeron fríamente). Ugartechea me dijo: «Son unos salvajes». Y me tranquilizó, siendo sábado por la noche. Tras la llamada tomamos carretera, viajando toda la noche y una vez en Guadalajara, mi médico nos atendió en domingo.
Esos recuerdos se agolparon tras su muerte, uno tras otro, un jueves.
Cuando vivía no pensaba mucho en él. Hablábamos para las consultas telefónicas, me daba seguimiento por mensaje cuando se lo pedía; otras veces yo misma hacía ajustes por mi cuenta.

Ahora que ya no está, pienso en él con frecuencia. Aparecen las lágrimas, otro recuerdo hace nido. La muerte (¿siempre es solo después de la muerte?) me hizo verlo distinto. Las diferencias que tuvimos se volvieron muy pequeñas, insignificantes. En cambio, sus aciertos se vuelven cada vez más luminosos y apreciados. Él significa algo diferente.
¿Es eso la muerte?
¿Resignificar la vida propia y la de los otros?
Inés M. Michel





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