Tú no eres para mí más que un chiquillo parecido a cien mil chiquillos y no te necesito, y tú tampoco me necesitas. Yo no soy para ti más que uno más entre cien mil zorros. Ahora bien, si tú me domesticaras, nos necesitaríamos el uno al otro. Tú serías para mí el único en el mundo, como yo lo sería para ti…

Me topé contigo una tarde de domingo, regresando del cine. Habíamos visto Den sista resan (El último viaje).

Estabas pegadita a la sombra de una palmera, buscando calma quizá. No sé qué pasó en tu viaje, en tus vuelos. Necesitabas ayuda, eso me quedó claro.

Casi no te movías. Las de tu especie suelen remontar el vuelo en cuanto sienten demasiado cerca la presencia humana. Y tú solo nos miraste, cansada y muy probablemente deshidratada.

Traté de acercarme. Te moviste unos cuantos centímetros, pegadita a la sombra de la palmera. Había un puesto de garnachas y de ahí te acercaron un vaso con agua. Lo puse cerquita de tu pico. No tomaste. Dudé un momento y seguimos el camino hacia casa, pensando que quizá solo necesitabas descansar.

Avancé menos de una cuadra y volteé a verte. Tu color gris se camuflaba con el concreto ardiente y, en la acera, personas caminando con prisa pasaban a tu lado. Una prisa tan humana como incomprensible.

paloma como cuidarla
Foto: @inesmmichel

Pensé que podían pisarte fácilmente si no te veían, y herirte de gravedad. Así que volví por ti. Me senté a tu lado, protegiéndote con mi cuerpo. Las personas empezaron a rodearnos. Me dejaste acariciar tu cabecita. Vi muy de cerca tu pico lleno de protuberancias y callosidades.

Compramos arroz para ti y comer te sentó bien. Comenzaste a picotear aquí y allá. Intenté de nuevo darte agua. Se derramó un poco en el piso ¡y entonces lo entendí! (humanos… tan necios, sordos y ciegos). Al derramarse el agua, tomaste ávidamente absorbiendo del concreto con tu piquito. Tomaste mucha, no sé cuántos mililitros ni cómo definir más precisamente “mucha” para alguien de tu especie, pero así lo percibí.

Seguí derramando agua en el piso hasta que no quedó nada en el vaso. Decidí que te llevaría conmigo. Buscamos una cajita y te introdujimos en ella con cuidado. La cerramos y comenzamos a caminar el tramo que faltaba para llegar a casa. Una vez en casa, Brina se acercó curiosa a la caja. No la dejamos acercase mucho para evitar cualquier incidente y que te asustaras.

paloma rescatada comiendo
Foto: @inesmmichel

Pusimos la caja en el patio y te dejamos con comida en el piso. Empezaste a caminar muy lento y a explorar un poco el espacio, pero te mantenías muy quietecita cuando salíamos a verte. Llegada la noche te metimos en tu caja y la pusimos en la estancia, para que no pasaras frío. Al día siguiente estabas ahí muy callada, observando todo con atención. Al salir de nuevo al patio comenzaste a explorar con más confianza.

A partir de aquí, te convertiste en una habitante más de la casa. Compramos semillas para ti y hasta pedimos en línea una fuente para que te bañaras y tomaras agua. Con el paso de los días cada vez te movías con más confianza, incluso subiéndote a objetos como la escalera o la lavadora. A veces no te encontrábamos y era porque estabas encaramada en alguna esquina o en el lavadero. Me dio mucho gusto ver que te estabas recuperando.

Platicábamos sobre cómo haríamos para volverte a llevar a tu entorno una vez que estuvieras lista, porque a partir de que llegaste a casa no volviste a dejar que me acercara mucho. Piabas muy bajito, como quejándote, cuando lo intentaba, y te escondías atrás de la escalera o en algún rincón.

aves ciudad de méxico
Foto: @inesmmichel

Pasó una semana y se convirtió en parte de mi rutina salir a verte por las mañanas, manteniendo mi distancia. Cada tercer día limpiaba el patio con agua para quitar tus excrementos. Comenzaste a subirte al techito y a la ventana del vecino. Tuve miedo de que te hicieran algo, pero no había forma de retenerte, poco a poco ibas subiendo más alto. Estando en la planta baja de un edificio de cuatro pisos, dudé de si podrías volar hasta arriba e irte. Platicamos sobre instalar un techito de policarbonato para que no te fueras tan alto y así poder resguardarte en lo que terminabas de recuperarte.

paloma en una ventana
Foto: @inesmmichel

Por la noche solías dormir en lo más alto de la escalera o en algún rincón. Te llegamos a ver descansando en una sola pata o echa bolita sobre tus patas, con tu plumaje esponjado alrededor. Cada mañana, en cuanto despertaba, me asomaba al patio para darte los buenos días.

Un día no te vi y salí a buscarte. Estabas muy arriba, en uno de los calentadores instalados en la parte exterior de un departamento. No bajaste hasta la tarde a comer. Te veías ya muy recuperada y cada día pasabas arriba más tiempo, bajando solo para comer y para dormir.

paloma en un bóiler
Foto: @inesmmichel

Temí que una mañana ya no estuvieras. Y así fue.

Salí a buscarte como de costumbre y no estabas, observé hacia arriba, buscando en todos los rincones posibles, sin encontrarte.

Aunque me puse triste, entendí que estabas lista para surcar de nuevo el aire. Aún así, mantuve tu comida y agua a la mano. Me asomaba con frecuencia para ver si escuchaba tus alas o tus pasos.

Unas pocas noches después soñé contigo, en mi sueño venías de nuevo a casa. Me levanté con esa cálida ensación de haberte visto otra vez. Ese día, como a las once de la mañana, Víctor me gritó: ¡Regresó Afortunada! Ese fue el nombre que habíamos elegido para ti.

No podía creerlo. Fui corriendo hacia el patio y ahí estabas, buscando comida. Saqué tus semillas y regué un poco en el piso. Comiste y tomaste agua. Intenté acariciarte y, aunque no lo permitiste, sí dejaste que me sentara junto a ti. Así estuve mucho rato, admirándote.

paloma comiendo semillas
Foto: @inesmmichel

Me sentía triste antes de tu regreso porque no te había tomado ninguna fotografía. Recordando esto, fui por mi teléfono y te tomé fotos y algunos videos. Ese día disfruté mucho tu compañía y agradecí poder verte una vez más.

Por la noche, estabas en tu lugarcito de la escalera, relajada durmiendo. Era 16 de abril. Facebook me había recordado ese mismo día mi publicación acerca de la muerte de Luis Sepúlveda, en 2020. Luis es el autor de Una gaviota y del gato que le enseño a volar. En esa historia, la gaviota protagonista se llama Afortunada. Por ello, te nombramos así durante tu primera semana en casa. Deseándote fortuna y bienestar.

paloma en una escalera
Foto: @inesmmichel

Que regresaras precisamente un 16 de abril me pareció una coincidencia muy curiosa.

Fue la última vez que te vi. A la mañana siguiente desde muy temprano ya no estabas. Al parecer, habías venido una última vez únicamente para despedirte.

Todavía guardo tu comida en la alacena. Y cuando paso caminando junto a la palmera en la que te encontramos, volteo hacia arriba, esperando verte de lejos.

Sé que estás bien, surcando los cielos. No por eso dejo de extrañarte, Afortunada.


Deja un comentario

Lo último