“¿Cómo aceptar que el mal nos constituye y que,
por ende, estructura nuestras formaciones sociales? […]”.
“La pregunta por la convivencia con los hombres se abre
como vertebradora de toda la argumentación. Garcia lo
plantea y nos increpa para pensar mediante ella todo el
entramado sociopolítico que atraviesa las relaciones
entre hombres y mujeres”.
Carolina Meloni González, Prólogo (A ningún hombre)
del libro Vivir con los hombres. Reflexiones
sobre el juicio Pelicot, de Manon Garcia.
En el seguimiento que hace Manon Garcia del juicio Pelicot, Vivir con los hombres. Reflexiones sobre el juicio Pelicot, ella se hace ―de entrada― una pregunta que tiene alcances realmente sísmicos en la estructura patriarcal de la civilización: “¿podemos vivir con los hombres? ¿A qué precio?” (p. 20).
Cuestión que retoma, desde el Prólogo, A ningún hombre, Carolina Meloni González, para afilar más y mejor la interrogante y sus consecuencias:
“Cómo, entonces, vivir con los hombres? ¿Cómo construir, nos dice Garcia, sobre ese campo en ruinas que es la sexualidad masculina? ¿Cómo habitar más allá de ese orden patriarcal, violento y cruel en el que nos hemos individualizado y sometido?” (p. 13).
Para inmediatamente después afirmar, políticamente, que:
“Vivir con los hombres conlleva un replanteamiento radical del vivir-con, de la construcción de una comunidad otra en la que ni la virilidad reactiva ni la feminidad sumisa tengan cabida” (Ídem).

Meloni jala el hilo argumentativo de Garcia, para llevarlo hasta sus últimas consecuencias:
“De ahí la necesidad de desmontar, de desactivar esos fetiches esencialistas, esas categorías políticas como nos enseñó Wittig, para convertirnos en desertoras y desertores conscientes del género. Y puesto que nada hay de inmutable en dichos personajes performáticos, tenemos por delante todo un horizonte de posibilidad para construir alianzas con masculinidades diversas, heterogéneas, menos opresoras. Pues, como afirma Garcia, comprender la estructura y entramado violento que sostiene la masculinidad hegemónica implica tomar conciencia de un orden social que ningún hombre debería desear” (pp.13-14).
Sí, “ningún hombre debería desear”. Pero…
Bien, en su puntual seguimiento reflexivo y crítico del juicio, Garcia nos lleva, paso por paso, esto a través de veinte capítulos, que van desde el primero (I El consentimiento) hasta el último (XX Habría que querer un poco a las mujeres), a una senda de luz y esperanza, que es la que, por el momento, quiero rescatar y resaltar, por posicionarse en un camino otro al del resentimiento tan presente en el mundo de ahora (¡Ay, Nietzsche!).
De modo que retomo, por ahora, desde el capítulo penúltimo (XIX ¿Qué queda de nuestro amor?).

En particular asumo los cuestionamientos, radicales, que Garcia nos plantea a todas y todos, por parejo; sin distinciones de género. Es su gran mérito.
Antes de su magnífico cierre, Garcia abre una serie de interrogaciones profundas que se hace a sí misma y formula también a sus lectores; ya sean hombres o mujeres.
Abro su hilo meditativo, haciendo mis cortes y pausas, para así darle mayor fuerza a su exposición y razonamientos.
Escribe:
“¿Cómo quererse si hay hombres que han seguido el juicio desde la distancia, como un hecho aislado que no les concierne, mientras que hay mujeres que ven en él rastros de su día a día? Una noche oí a una de nosotras que decía: <<para mí, la felación va a ser ahora un problema>>” (p. 157).
Prosigue la escritura de Garcia:
“¿Cómo no asociar una felación y la violación repetida de la boca de Gisèle Pelicot que hemos visto en estos vídeos? ¿Cómo no ver en el gusto de muchos varones por el reflejo nauseoso algo distinto de lo que llevó a estos hombres a arriesgarse a asfixiar a una Gisèle Pelicot dormida ―no tenemos seguridad de que hubiesen parado de no intervenir Dominique Pelicot―?” (Ídem).
Y Garcia remata con la siguiente reflexión y última pregunta:
“Me conmovió que Antoine Camus concluyera su alegato en La Conversation des sexes (La conversación de lo sexos), que viera en mi libro una perspectiva de futuro para el amor y el sexo, pero no dejo de preguntarme: ¿cómo se puede construir sobre este campo de ruinas que es la sexualidad masculina?” (pp. 157-158).

¡Ay! Lo ruin-oso de la sexualidad masculina, ¿lo es necesariamente?
A pesar de todo lo “nauseoso” que seguramente le tocó ver a Garcia en el juicio Pelicot, su libro apunta hacia la esperanza y, sobre todo, hacia lo amoroso.
Y esto es una enorme virtud de su libro.
Al grado de que, puedo decir, sus reflexiones sobre el juicio son una apuesta al amor y a la esperanza de que hombres y mujeres nos transformemos, radicalmente, y construyamos una sociedad de convivencia distinta en la que los hombres, nos ganemos y merezcamos, deveras, el amor de las mujeres.
Una sociedad amorosa, pues.
Pese a lo “nauseoso” del juicio, insisto; no obstante que, de repente, los hombres damos pocas señales o ninguna de no desear ser ya como hemos sido hasta ahora, Manon Garcia no cae en el resentimiento y se posiciona clara y radicalmente, cuando, en el cierre de su libro, escribe que después de 75 años de El segundo sexo de Simone de Beauvoir:
“[…] las normas de la masculinidad y de la feminidad impiden a los hombres ver a las mujeres como sujetos, como semejantes a las que podrían querer y reconocer como tales. Los hombres raramente hablan con las mujeres, siguen siendo prisioneros de una incapacidad socialmente construida de reflexionar sobre sí mismos, de analizar sus emociones, de ponerse en el lugar del otro. Por supuesto, hay hombres que quieren a las mujeres reales y no a una proyección fantasiosa de mamá o de puta, pero las normas de género, la desrealización a la que a veces dan lugar las redes sociales y las plataformas pornográficas mainstream siguen interponiéndose en la conversación entre los sexos que tanto deseaba yo en 2021” (p. 162).

Garcia remata su libro con el siguiente cierre radical:
“Admiro la calma de Gisèle, su esperanza a pesar de todo, y sigo intentando a toda costa que esa luz no me abandone. Pero también veo cómo ya se la está utilizando para distinguir entre buenas y malas feministas, entre las que gritan y las que aceptan la justicia. Pensaba que en parte nos correspondía a nosotras preguntarnos si realmente deberíamos de querer a los hombres como los queremos, pero empiezo a pensar que lo necesario sería que ellos quisieran un poco a las mujeres. Un poco, sólo un poco. Que nos quieran un poco para que podamos seguir queriéndolos” (pp. 162-163).
¡Vaya!
¿Acaso los hombres no entendemos?
O… ¿nos hacemos…?
Dejo abiertas las preguntas y señalo que en este mismo espacio me ocupé del libro de Caroline Darian, Y dejé de llamarte papá, de la hija de Gisèle y Dominique Pelicot; por lo que desde que vi este libro me llamó la atención; pero nunca pensé lo que iba a encontrar en cuanto a la reflexión crítica de ese hecho tan vergonzante que nos deja tan mal posicionados a los hombres en el campo de lo amoroso.
¿Es así en todo lo social y político?
De ser así, espero que hagamos algo al respecto.
Antes de que…
Nota bibliográfica:
Garcia, Manon, Vivir con los hombres. Reflexiones sobre el juicio Pelicot, Ediciones Akal, Madrid, 2025, 174 pp. Traducción de Jesús Espino Nuño.
J. Ignacio Mancilla
Guadalajara Jalisco, colonia Morelos, a 21 de agosto de 2025.





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