Una vez que se apaga la pantalla, no hay un texto encuadernado que tocar, una estantería de películas que desempolvar, ni una colección de discos que nos acompañan en cada mudanza. Nos hemos volcado a acumular listas y experiencias estéticas que existen en la pantalla, almacenadas en formatos digitales que han rebasado lo que alguna vez imaginamos, pero hay un hueco que se hace cada vez más grande y nuestra relación con el arte cambió de manera definitiva