Lectura del parágrafo 276 de La ciencia alegre. La gaya ciencia (Libro IV, Sanctus Januarius), de Friedrich Nietzsche
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J. Ignacio Mancilla
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Charla con la que se cerró un ciclo sobre La vigencia del psicoanálisis freudiano y lacaniano en el Museo de la Ciudad. Gracias a Samuel Gómez Luna por la hospitalidad del Museo.
En primer lugar y antes de comenzar nuestro comentario que apunta hacia la deconstrucción, transcribo, literalmente, según la versión de Juan Luis Vermal (para la edición de las Obras completas de Nietzsche -volumen III- publicado por Editorial Tecnos), el parágrafo 276 de La ciencia alegre:
“Para el año nuevo.- Aún vivo, aún pienso: tengo que vivir aún, porque aún tengo que pensar. Sum, ergo cogito: cogito, ergo sum. El día de hoy todo el mundo se permite expresar su deseo y su pensamiento más querido: ¡pues yo también quiero decir lo que hoy me he deseado a mí mismo y qué pensamiento fue el primero en pasar este año por mi corazón, – qué pensamiento debe ser para mí el fundamento, la garantía y el dulzor de toda la vida venidera! Quiero aprender cada vez más a ver lo necesario en las cosas como lo bello: – me convertiré así en uno de los que hacen las cosas bellas. Amor fati: ¡sea éste desde ahora mi amor! No quiero emprender guerra alguna contra lo feo. No quiero acusar, no quiero ni siquiera acusar a los acusadores. ¡Que mirar hacia otro lado sea mi única negación! Y en resumen y en total: ¡quiero ser alguna vez sólo alguien que dice sí!» (p. 829).

De esta singular y bella forma Nietzsche subvierte varias cuestiones, en primer lugar la idea tradicional de destino; si entendemos por éste lo que se nos impone, para dar lugar, sí, sin menoscabo de la necesidad y más bien anudándolo a ella, a algo de otro orden: el del deseo y la libertad. ¿Paradójico? Sí.
Desde esta perspectiva, Nietzsche es el precursor (¡y qué precursor!) de una moderna ética del deseo, misma que llegará a ser formulada –con todas las letras– por Jacques Lacan, a partir de Sigmund Freud, 60 años después de la muerte del filósofo de los aforismos.
Pero el presente texto admite varias lecturas, lo sabemos, cuestión que no solamente vale para este parágrafo sino prácticamente para toda la obra de Nietzsche.
Intentaré formular la mía, para resaltar, así, la profundidad que aparece en la superficie misma de la textualidad nietzscheana en la medida en que en ella se perfila, ya, la obra más propositiva y en la que se hará uno de los aportes más encomiables y rescatables del filosofar nietzscheano bajo la figura –histórica y mítica– de Zaratustra para nuestro tiempo.
Y es que Nietzsche anuda, aquí, la posibilidad de la creación como único recurso ante el azar y la contingencia del mundo y como “salvamento” del sujeto y su individualidad ante el todo deviniente de lo real.
Pero regresemos un poco en el tiempo, para decir, de entrada, que el filósofo creador de la “transvaloración de todos los valores” –uno de los papeles primordiales que desempeñará Zaratustra– viene, cuando escribe La gaya ciencia, de enormes dificultades subjetivas: tanto amorosas como de salud. Es decir, no la ha pasado de lo mejor, y el nuevo tiempo que se abre, lo vive convalecientemente, para así poder salir avante en el forjamiento de un nuevo pensar filosófico que significa una vuelta de tuerca en su vida y en su pensamiento todo.

De ahí el carácter tan personal y tan íntimo de La gaya ciencia, y todavía más del parágrafo que aquí intentamos leer, deconstructivamente, un poco por lo menos; para vincularlo también, es una de las facetas de nuestra lectura, con el psicoanálisis freudiano, es decir lacaniano.
En pocas palabras, para afirmar, a partir de la textualidad que aquí comentamos, cómo es que se perfila, sin decirlo, pero claramente y espero que mi lectura deje asentado por lo menos eso, una ética del deseo de enormes consecuencias para el discurso moderno. Cuestión que se manifestará, plenamente, en la discursividad de Freud, pero sobre todo de Lacan en tanto éste subvierte el pensamiento freudiano para así formular claramente, aparte de muchas otras cuestiones, de manera abierta una ética del deseo.
Regreso pues a mí lectura.
Una filosofía y un pensamiento para… la vida
Como ya habíamos dicho, Nietzsche viene de experiencias dolorosas y de convalecencias próximas a la muerte, pero ha logrado, por mediaciones muy complejas, mutar dichas prácticas y recuperaciones en nuevos impulsos vitales; gestando, así, otras fuerzas y horizontes nuevos para su vida y existencia.
De ahí, pues, el sentido del comienzo de este famoso parágrafo, con el que abre el Libro IV (Sanctus Januarius: el Dios bifronte de la mitología romana que tiene una cara al pasado y otra al futuro), y que a la letra dice así:
“Para el año nuevo.- Aún vivo, aún pienso: tengo que vivir aún, porque aún tengo que pensar. Sum, ergo cogito: cogito, ergo sum”.
Se tiene que vivir porque se tiene que dar cuenta, todavía, de que se está pensando; ello aún contra tosas las adversidades.
Pero no se está meditando cualquier cosa, sino que ya se ha incubado, en Nietzsche, el pensamiento más pesado, el que tiene que ver con el eterno retorno de lo mismo, que será quizás, la enseñanza de Zaratustra más nodal e importante de los últimos tiempos lúcidos de nuestro personaje.
Recordemos que nuestro filósofo viene de un año aciago; de ahí que en una carta y una postal, la carta 182 y 183, dirigidas respectivamente a Heinrich Köselitz (a quien Nietzsche bautizaría como Peter Gast, su Pedro) y a Franziska y Elisabeth Nietzsche (su madre y su hermana, respectivamente), con fecha 28 de diciembre de 1881.

Al primero les escribe:
“El día de navidad estaba en cama y pensaba que ya no podría <<pensar>>” (Volumen IV de la Correspondencia, Editorial Trotta, p. 176).
Y a su madre y hermana les dice:
“Queridas mías, desde el día 23 estoy enfermo, he tenido uno de los ataques más fuertes, tanto que me he preocupado – y ahora no consigo restablecerme, y cada tarde vuelvo a meterme en cama, a pesar de todo el buen tiempo. – ¡Perdonad! […]” (p. 177).
Sí, el restablecimiento de Nietzsche tiene que ver con su capacidad de pensar y La gaya ciencia –como escritura– la pone en acto; de ahí que hoy, todavía, dicho parágrafo nos siga deslumbrando y nos resuene tanto a la hora de perfilar una filosofía curativa de la espiritualidad y del alma; así como so correspondiente ética del deseo.
Eso y no otra cosa será lo que represente la publicación de La gaya ciencia, en tanto apunta, de lleno, al horizonte de una auténtica convalecencia que se llevará a cabo mediante la aparición de un personaje y la consolidación de la filosofía más propositiva y madura de Nietzsche.

Cosa que se plasmará en Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, quizás el libro más bello, tanto desde la perspectiva de la forma como del fondo, del filósofo de los bigotes.
Regreso, pues, al texto del parágrafo comentado.
Nietzsche empieza diciéndonos que durante el año nuevo todo mundo se da la licencia de decir sus más profundos anhelos; y que él también lo va a hacer, pero que va a ir todavía más allá.
Nos va a expresar no solamente lo que pasó por su corazón al comienzo del año de 1882, sino que nos va a comunicar el “fundamento”, la “garantía” y el “dulzor” de “toda la vida venidera”.
Pero, conviene aquí, una necesaria cita textual:
“El día de hoy todo el mundo se permite expresar su deseo y su pensamiento más querido: ¡pues yo también quiero decir lo que hoy me he deseado a mí mismo y qué pensamiento fue el primero en pasar este año por mi corazón, – qué pensamiento debe ser para mí el fundamento, la garantía y el dulzor de toda la vida venidera!”.
Sí, Nietzsche habla de deseo, del suyo y lo pone en juego, como el niño a punto de mutarse en Zaratustra, el anunciador del Übermensh (Ultrahombre), que es lo que dará sentido a la parte final de su vida lúcida que se derrumbará, lamentablemente, ante un caballo (¡ay!, en algunas referencias leí que Zaratustra significa El señor de los caballos; no sé si es confiable tal afirmación y tampoco sé si Nietzsche la conocía).
¡Ay, la ética del deseo del psicoanálisis!
Formulada explícitamente por Jacques Lacan (1901-1981) y que podemos reducir, sin traicionar el espíritu del psicoanálisis, es decir, del alma freudiana, en el siguiente famoso pasaje del Seminario 7 (Ética del psicoanálisis, del año lectivo 1959-1960) del controvertido psicoanalista francés:

“¿Has actuado en conformidad con tu deseo?”, cuestión que plantea así; y ya en el desarrollo de lo que llamará las paradojas de la ética, afirma: “Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo” (pp. 370 y 379, respectivamente de la edición autorizada por Jacques Alain Miller y publicada en español por Paidós).
En fin, pero démosle otra vuelta de tuerca a nuestra lectura deconstructiva.
Avancemos pues.
Nietzsche anuda, en este parágrafo, cosas imposibles: ¡el destino y la libertad del sujeto! Es decir, la necesidad de lo real y el deseo, como motor del alma humana, en cuanto única posibilidad de domeñar –en lo que cabe- lo real.
Es desde ese horizonte que Nietzsche, a la manera del alquimista, transforma las miserias de su enfermedad y de sus reveses amorosos en las formulaciones más positivas de su pensamiento filosófico.
En esto consiste la magia de este parágrafo y el encantamiento que anuncia –radicalmente– una nueva forma de pensar, y cuyo portavoz principal será Zaratustra (el personaje mítico Nietzsche lo postula como superador del personaje histórico); que es el pensamiento que hoy conocemos como nietzscheano y que pondera antes que nada el devenir mismo y su incesante repetición como lo más difícil de asimilar por la filosofía.
El gran maestro de los aforismos nos lo plantea así:
“Quiero aprender cada vez más a ver lo necesario en las cosas como lo bello: – me convertiré así en uno de los que hacen las cosas bellas. Amor fati: ¡sea éste desde ahora mi amor!”.
Sí. El deseo tiene que ver con el amor, con Eros.
Eso había sido la filosofía y es lo que Nietzsche intenta recuperar: la dimensión amorosa y desiderativa de ese discurso que por ese entonces atraviesa por una profunda crisis, ¿cómo ahora?
Es por ello que Nietzsche no quiere hacer de lo negativo el motor de su pensar –a la manera de Hegel–; antes bien, es alrededor del sí que quiere aglutinar su vida y su pensamiento.

Por eso remata del siguiente modo el texto aquí comentado:
“No quiero emprender guerra alguna contra lo feo. No quiero acusar, no quiero ni siquiera acusar a los acusadores. ¡Que mirar hacia otro lado sea mi única negación! Y en resumen y en total: ¡quiero ser alguna vez sólo alguien que dice sí!».
¿Podría formularse su pensamiento de manera más bella?
¿Se percibe, ahora, después de mi lectura y exposición, por qué sostengo que Nietzsche es el gran precursor del psicoanálisis?
Y, ¿por qué es el gran precursor de la ética del deseo?
Sobre esto hay mucho todavía por escribir.
¿Se comprende, también, por qué esta última charla, que es a su vez la primera del año, del 2020 (como ahora se dice) la dedicamos a comentar ese pasaje de la enseñanza de Lacan que nos habla del psicoanálisis como un acto en el que se recomienza algo del orden de lo vital?
Que sea, pues, la entrada, a algo que estamos preparando con mucho amor y que pronto lanzaremos al espacio público.
Bien, pues es esto lo que yo preparé (y preparamos, Armando y un servidor) para despedir estas charlas y para darle la bienvenida al año nuevo y con él a nuestro proyecto.
Bienvenidas y bienvenidos, pues, al 2020, como ahora decimos.
¡Muchas gracias por su escucha!
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Guadalajara Jalisco, Museo de la Ciudad, a 14 de enero del 2020. [Fecha de la charla].
J. Ignacio Mancilla.
FB: Juan Ignacio Mancilla Torres
T: @CuerdasIgneas / FB: Cuerdas Ígneas
cuerdasigneas@gmail.com
Imagen de portada: Revista Mètode.
Buenas tardes. Felicidades por esta entrada.
Por si fuera de tu interés estos vídeos.
Un saludo.
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