Inés M. Michel
Pocas películas logran retratar la vida de personas marginadas, o en situaciones de pobreza y desventajas sociales, sin imprimir a sus historias una visión vertical, donde desde arriba se les observa y se plasman sus vivencias; o sin caer en el error de romantizar su situación, otorgando un aire de bondad y benevolencia a los personajes, generando la idea de que, a pesar de todo, no les va tan mal en la vida. Si pensamos en la celebrada Roma (Alfonso Cuarón, México, 2018), un filme que tuvo un alcance y reconocimiento mundial, podemos notar estas dos cuestiones. He festejado las oportunidades que se abrieron en la industria para Yalitza Aparicio, la actriz protagonista, a raíz de la nominación en los Oscar que obtuvo por su papel, pero más allá de eso, no considero que la cinta logre despegarse de la visión romántica y vertical, ni que logre un cuestionamiento profundo sobre lo que nos narra en torno al personaje (basado en los recuerdos que Cuarón tiene de su propia nana).

Más de un año después del fenómeno que fue Roma, apareció en el catálogo de Netflix Ya no estoy aquí (Fernando Frías, México, 2019). Y vaya que esta historia aborda con una perspectiva muy diferente la vida de Ulises (Juan Daniel García), un joven de Monterrey que lidera a “Los Terkos”, quienes pertenecen a un movimiento conocido como Kolombia.
Cuando me enteré de que en Monterrey habían surgido voces indignadas por el retrato de estos personajes como parte de una cultura en la capital de Nuevo León, alegando cosas como: “no todos somos así”, y haciendo referencia a que en Monterrey la gente no viste como Ulises, ni escucha la música que él y su grupo escuchan (cumbias colombianas rebajadas), eso despertó un interés inmediato en mí, pues cuando la “gente bien” brinca generalmente está sucediendo algo interesante. No me equivoqué.
Llegué a Ya no estoy aquí sin saber casi nada de ella ni de su director. Y tengo que decir que ha sido una de las sorpresas más gratas que me he llevado en Netflix.
Durante la historia vamos siguiendo a Ulises en dos tiempos distintos de su vida, narrados de manera no lineal, uno de ellos nos cuenta la cotidianeidad en su barrio y sus relaciones de amistad con “Los Terkos”, así como los bailes y reuniones en las que participan, vamos conociendo la cultura urbana llamada Kolombia (también conocidos como cholombianos) y los rituales que giran en torno a ella, la manera de peinarse, de vestirse (con elementos inspirados en los cholos) y de bailar. Este tiempo está enmarcado en el sexenio de Felipe Calderón y su guerra contra el narcotráfico.

En el otro momento acompañamos a Ulises como migrante sin papeles en Estados Unidos, donde sin hablar ni una palabra de inglés busca la forma de abrirse camino, ya que, debido a un malentendido con un cartel, se ha visto obligado a huir de su tierra. Además de todos los obstáculos y tropiezos que se van presentando en su estadía en el país vecino, la situación anímica de Ulises va empeorando, al no sentirse parte de nada en Estados Unidos y recordar constantemente los momentos que pasaba junto a «Los Terkos».
La música es parte fundamental de la narrativa, y lo que más me gustaría destacar del filme es que logra transmitir cada estado de ánimo por el que está pasando Ulises, la desilusión y la soledad nos van calando tanto como a él y junto al personaje nos alegramos también cuando hay pequeños destellos de esperanza, aun cuando se esfumen rápido.
Habría que poner particular atención al hecho de que el peinado y vestimenta por los que personas como Ulises son discriminadas en México, despiertan interés en algunos extranjeros que el personaje va conociendo, en particular una chica de su edad, con quien, a pesar de la barrera idiomática entabla una amistad en la que logra apoyarse.
No me sorprende que en las redes se hayan expresado comentarios negativos hacia la película por parte de algunos regiomontanos, sobre todo intentando diferenciarse del personaje principal y poniendo distancia entre ellos y esos “otros” que según alegan no los representan. Sabemos bien que el racismo y el clasismo están extendidos por todo el territorio mexicano, palabras como “naco” o “prieto” que se utilizan como insultos dan fe de esto. Por ello me alegra que una cinta así tenga la difusión que está alcanzando en la plataforma de streaming, donde ocupó el lugar número uno en reproducciones el día de su estreno (a finales de mayo de este año).

Poca gente se asume en México como clasista o racista, hasta que llega la hora de tratar y juzgar a personas con las que conviven o con las que se topan. Las reacciones a la historia de Ulises ponen en evidencia que todavía hay mucha gente que utiliza diferenciadores para colocase en otro nivel social y cultural, señalando, burlándose y mirando despectivamente expresiones, formas de hablar, de vestir y de ser. ¿Qué es lo que molesta de la estética de los cholos o de la música que se escucha en los barrios? ¿Cuántas veces se han hecho memes y chistes de peinados o formas de vestir/hablar de ciertos grupos? ¿Por qué cuando en las películas se retratan vidas o personajes como en Cindy, la regia o Nosotros, los Nobles, que llevan hasta la parodia a las clases acomodadas, no hay voces que griten “no todos somos así”?
Recomiendo ampliamente Ya no estoy aquí porque logra cuestionarnos y hacernos preguntas, sin pretender ser aleccionadora. También consigue contar una historia de un barrio en particular donde hay carencias y marginación, sin exponer sus vidas como si fuera un escaparate a donde nos asomamos con curiosidad y manteniendo distancia para diferenciarnos de esos “otros” que no son como nosotros.
Ya no estoy aquí cuenta además con una fotografía maravillosa de Damián García, cuyos planos ya han sido analizados y compartidos en redes sociales por Óscar Arturo Lee Dávila, destacando el uso de la composición y las líneas, así como la luz y los colores para dar movimiento y dinamismo a la narración. Yo en particular me quedo con una escena donde se traslapan los tiempos pasado y presente de Ulises, mientras camina por las calles de Nueva York, acordándose de su hogar, es un momento de gran soledad para el personaje, quien ha recurrido a la droga en un instante de intensa desolación. Mientras inhala un solvente, su mente viaja a sus memorias con «Los Terkos», todo lo que podemos escuchar es la respiración de Ulises, inhalando, las voces y todo el ruido a su alrededor se apaga, el tiempo parece detenerse, estamos junto con él en su barrio, en un pasado que anhela y que no olvida.

La historia no nos lleva hacia un final feliz, nos devuelve a la realidad de un México desigual y sumamente violento, desde el sexenio calderonista, y nos confronta con el presente, pues una vez que el Cartel de los Zetas se apoderó de las calles en los barrios como el de Ulises, nada volvió a ser igual para los cholombianos, que vieron disueltos sus grupos entre balaceras y camionetas de narcos.
Pero la música continúa, y bailamos con Ulises una última cumbia.
Inés M. Michel.
T: @inesmmichel / I: @inmichel
T: @CuerdasIgneas / FB: Cuerdas Ígneas
cuerdasigneas@gmail.com

Gracias por el texto Inés ya me interesó ver la película, Comparto tus reflexiones sobre la discriminación somos un país absolutamente afectado por la discriminación aunque no lo queramos reconocer, a mi la película Roma Me gustó bastante aunque coincido con tu apreciación de la mirada desde donde está hecha. Saludos
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Hola, Homero. Gracias por escribir tu comentario. Me gustaría mucho que me compartieras tus impresiones una vez que la veas. Saludos.
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Gracias, Inés por la recomendación, trataré de verla pronto. Saludos afectuosos. Espero estén bien.
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Espero te guste mucho la película. Estamos bien, aunque con algunas cuestiones que atender. Gracias por tu preocupación.
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