Lucifer está de regreso
“La claridad me dijo:
¡No hables! ¡El prodigio
eternamente sale del misterio, te digo,
ciego que crees leer, loco que crees saber!”
Victor Hugo, Dios.
En el capítulo 4 de la temporada 1 de la serie Lucifer, hay un diálogo entre Chloe Decker (la sagaz detective del Departamento de Policía de Los Ángeles, California) y Lucifer Morningstar (en los hechos asesor de la intrépida e inteligente detective) que versa sobre Dios y que es más que interesante, pues define, creo, de cuerpo entero el (no) lugar que ocupa Dios en la sociedad actual.
El capítulo se llama Cosas de hombres y trata de los enredos trágico-cómicos de un vendedor de imagen de masculinidad (en el sentido más tradicional de la palabra: sexista y misógino).
A estas alturas de la serie, es decir muy temprano, Decker empieza a intrigarse por los actos —bastante inexplicables a la luz de una lógica ordinaria— de Lucifer.
El tema es el supuesto secuestro de Lindsay Jolson por parte de Carver Cruz y que le asignan a la detective Decker, pero… naturalmente que no puede ir sin quien se perfila, ya (por sus misteriosas cualidades) como su inseparable compañero, Lucifer Morningnstar.
Por su parte, Decker misma no deja de ser misteriosa para Lucifer, ya que, contrariamente a lo que acontece con todas las mujeres, ella simplemente es inmune a la fuerte atracción que ejerce Lucifer en las mujeres y… los hombres también. De ahí que Decker le diga a Lucifer:
“¡Jamás! Nunca me acostaré contigo. ¡Nunca!”.

Pero las cosas, como suele pasar con el amor y el sexo, ocurren de la manera menos pensada; pero eso es harina de otro costal.
Los mal entendidos en el amor y el sexo son una constante, como en toda la vida humana. Al fin de cuentas somos, las creaturas humanas, presas del lenguaje, por especiales que nos pensemos y nos creamos.
“Somos máquinas biológicas”, “somos guerreros”, “somos casanovas”; dice en las tres primeras frases de su presentación Carver Cruz. Todo lo demás es consecuencia de estos sintagmas.
Lucifer pregunta, extrañado, que si la gente paga 5 mil dólares por eso (aproximadamente 85 mil pesos al cambio de hoy). El éxito del evento lo constata.
Ya en el proceso de investigación, en el que suceden muchas cosas chistosas, Decker se percata de que Lucifer tiene dos cicatrices en la espalda; por haberse quitado las alas, cosa que el mismo Lucifer le dice, pero ella descree.
Y, para continuar con la historia de este capítulo, no fue precisamente Carver el que privó de la libertad a la despechada Lindsay Jolson, pero estos detalles no los contaré.
Me interesa, esta vez, ahondar en el punto del (no) lugar que ocupa Dios en el tiempo actual; de modo que iré textualmente al diálogo entre Lucifer y Decker. Entre el diablo y una mujer, especial, que turba y perturba al propio satanás. Este significativo intercambio de palabras toca, centralmente, el tema de Dios y el (no) lugar que ocupa en la cotidianidad de la vida de las mujeres y hombres de ahora.
El diálogo se da en el contexto del rescate de Lindsay, que resultó todo un montaje de ella misma en complicidad con su hermano. Algo que va a terminar mal.

El intercambio verbal, mientras esperan señales de los “secuestradores”, es el siguiente:
“Lucifer —Diez minutos. Ten paciencia.
“Decker —Algo no está bien.
“Lucifer —Por supuesto que no, es un secuestro.
“¿Papitas?
“Decker —No, gracias.
“Lucifer —¿No?
“Gracioso, ¿no? Uno [no] pensaría que al rey del infierno le gustarían las cosas picantes, pero a mí me encantan las papitas.
“Decker —Bueno, digamos que en verdad eres el diablo. Muy poderoso, inmortal y bla, bla, bla.
“¿Eso significa que no sientes nada de dolor?
“Lucifer —Me gustan estas preguntas. ¿Significa que por fin lo aceptas?
“Decker —No, solo responde la pregunta.
“Lucifer —Bueno, sí siento algo, pero no es dolor, es como una presión. En realidad, es una molestia.
“Decker —Bueno, ¿y que sentirías si recibes un disparo? [Lucifer le da a Decker una especie de pellizco y Decker expresa ¡ah!]
“Lucifer —Bueno, tú preguntaste,
“Decker —¿Eso es todo? ¿Como si una bala rebotara sobre ti?
“Lucifer —No hay herida ni sangre, si a eso te refieres. Compruébalo con algo afilado, si quieres.
“Decker —No es necesario, pero sí muy tentador.
“Lucifer —¿Entonces eso significa que me crees? Lamento no tener algo más obvio como una cola para probarlo.
“Decker —¿Tampoco hay cuernos?
“Lucifer —No, me temo que no. No, esas cosas son de las películas y la televisión. Siempre se equivocan.
“Decker —Mira, debo admitir que he visto cosas que no puedo explicar, pero no creo en esas cosas de la Biblia.
“Lucifer —Entonces eres atea. Qué irónico.
“Decker —No, no exactamente. Sí creo que existe el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Pero no eso de la condenación al fuego eterno. [¿Seguimos creyendo en la moral? O… ¡Ay, Nietzsche!]
“Lucifer —¿Eso te asusta?
“Decker —No, ¿cómo puede asustarme algo en lo que no creo?
“Lucifer —¿Yo te asusto?
“Decker —No”.

La situación pasa a otra cosa con la llegada de Carver al lugar del rescate y, a partir de ahí, las cosas se precipitan, todo el tiempo, en las más pura dimensión trágico-cómica.
En esta situación Lucifer vuelve a recordarle a Decker su inmortalidad. Y en este contexto particular Carver se nos muestra, también, como el burlador burlado.
Aquí el asunto de fondo, pienso, es la profunda diferencia que hay entre mujeres y hombres con respecto al amor. ¡Ay, el amor!
Es bajo toda esta farsa, que Lucifer muestra su rostro —de diablo— a Lindsay —para castigarla— y es cuando Decker ve su reflejo; para así percatarse de que, efectivamente, Lucifer es el diablo. Y Decker le pregunta:
“¿Quién eres?”. Y le repite: “¿Quién eres?”.
“¿Tú hiciste esto?”.
“Lucifer —Escucha, he intentado decírtelo. Soy el diablo”.
“Decker —Eso es imposible”.
“Lucifer —Te aseguro que sí, detective. Tú misma dijiste que hay cosas que no puedes explicar. ¿Quieres más pruebas? Tienes el arma, dispárame.
“Decker —No, no puedo dispararte.
“Lucifer —Claro que sí. Aprieta el gatillo y nos iremos enseguida.
“Decker —No.
“Lucifer —Dispárame, detective. Por favor. Porque quizá así podrás aceptar…
[y entre dudas, Decker le dispara, siendo efecto de la situación y las palabras enunciadas]
“Muy bien. ¿Lo ves? Casi ni dolió.
“No puedo creerlo.
“¿Sabes qué? Creo que sí dolió un poco.
“¡Dios, sí duele mucho! Maldita sea, de verdad duele. Estoy sangrando.
“Decker —¿Estás sangrando?
“Lucifer —Estoy sangrando.
“Decker —¿Demonios, estás sangrando? ¿Qué hice?
“Lucifer —Yo no sangro.
[Lucifer se dobla por la herida, pues se torna vulnerable bajo la presencia de Decker; cosa que él todavía no sabe]
“Decker —Lucifer, lo siento mucho, ¿estás bien?
“Lucifer —¿Esto qué significa?
“Decker —Significa que te disparé. Y que soy una idiota. Lo siento. Estoy en verdaderos problemas.
“Lucifer —¡Duele mucho!
“¿Qué me sucede?”.

Todas y todos, han actuado, sin saberlo, una comedia y tragedia de enredos. Y los resultados están ahí, a la vista de todos. Es la parte divertida de la serie.
Bueno, entre el profundo extrañamiento de Lucifer, todo termina bien gracias a que el propio Lucifer no dice toda la verdad (es bastante lacaniano al respecto) a la jefa de Decker, que, como otra mujer ordinaria que es, a diferencia de la detective, no puede resistir al diablo.
Y es que, un atributo esencial del diablo es su capacidad de seducción, que siempre nos impulsa al placer y al sexo; siempre, ¿no? ¿Por qué es así?
El cierre del capítulo es sorprendente por dos lados: por el lado de la hija de Decker, Trixie y también por el de Mazikeen, la diabla, hija de Lilith y amiga/cómplice de Lucifer.
La primera entreve el amor, por el disparo mismo y la segunda ve venir problemas, al grado que le pide a Lucifer que mejor se regresen al infierno.
Pero esto ya es otro tema y otra historia.
En lo que toca a cerrar esta reflexión es que Dios (no) ocupa un lugar central; así es en la vida de Decker, una detective de la policía de Los Ángeles, que tiene que atenerse a los hechos y evidencias para resolver los crímenes; pero, de hecho, así acontece en la cotidianidad de cualquier hombre o mujer de ahora. ¿O no?
Sí, Dios (no) ocupa un lugar central; vamos, ni siquiera (no) ocupa un lugar, pues vivimos en una sociedad completamente desacralizada.
Y esto es la modernidad en su versión reciente, en la que, si un algo ocupa el lugar de Dios, en tanto una instancia totalmente preponderante, es el dinero: pero, repito, en cuanto figura desacralizada y fetichizada, al máximo, por sus propias cualidades “misteriosas” que Marx vino a poner al descubierto en la intrincada lógica de las mercancías y su metamorfosis en dinero. ¡Ay, Marx!
En fin.

Cierro, dejándola abierta, la presente reflexión con las siguientes preguntas:
¿Tendría lugar en la vida actual un (nuevo) Mesías?
¿Cabría en la cotidianidad de nuestros días?
¿Sabríamos cambiar si un (nuevo) Mesías aconteciera?
Estas tres cuestiones, creo fundamentales, intentaré responderlas en otra ocasión, ello mediante el análisis de la miniserie El elegido; para así continuar con el tema del (no) lugar de Dios en la sociedad actual. Ayudado, claro, por las disquisiciones onto-teo-lógicas de Martin Heidegger.
Es desde esta perspectiva que me parece muy interesante el diálogo entre Lucifer y Decker aquí analizado y… sobre el tema, créanme, hay mucha tela de donde cortar en toda la serie de Lucifer.
J. Ignacio Mancilla
Guadalajara Jalisco, colonia Morelos a 7 de septiembre de 2023.
Imagen de portada: Decker y Lucifer / Netflix.





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