Detesto que la mano se detenga junto a la mente atascada, que no me permita
avanzar en la tarea (im)posible de escribir. ¿Escribir qué? Escribir la vida.

Pero la vida avanza entre labores cotidianas y hay que atender la casa, preparar el almuerzo, dormir siete u ocho horas, sentarse a desayunar, comer y cenar, lavar los platos, evitar que el polvo se acumule en los rincones y ganarse la vida en el proceso.


Me detengo a respirar y apenas he escrito unas cuantas líneas. Los mejores libros están en nuestra mente, sin escribirse.

mujer escribiendo escritora
Foto: Víctor D. Magallón, 2020.

La vida avanza entre sus propios menesteres, me da hambre, sed, sueño, dedico tiempo a la familia, me asomo y tomo el sol. Oscurece de nuevo, apenas llevo unas cuantas líneas, queda tanto por contar y la mano no coopera, ni la mente.


El deseo de escribir se ve suspendido en ese momento incómodo entre el nacimiento y la muerte. Algo se interpone, según los antiguos Fremen, ese algo tiene nombre: “spannungsbogen”, la demora que se impone uno mismo entre el deseo de algo y el acto de conseguirlo.

Hoy esa demora me dio una tregua, minúscula. Empecé imaginando que escribía, muy temprano por la mañana, y heme aquí.


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