A la memoria de José Antonio Ugartechea Marrón (1958-2024)
En los tiempos actuales la inmediatez está a la orden del día, los vínculos son más bien efímeros y nos rodeamos de personas en toda clase de servicios sin que lleguemos a conocer a profundidad a nadie, o peor aún, somos atendidos en call centers por voces robóticas que nos hacen recorrer un laberinto a veces insalvable antes de poder enlazar con un humano.
En este contexto, contar con un médico de cabecera resulta más bien raro. Pareciera una costumbre anticuada y para muchas personas incluso un «lujo», tomando en cuenta las condiciones de precarización en que se encuentran una gran mayoría de mexicanas.
Yo tuve la fortuna de acudir con excelentes médicos homeópatas desde niña, y de hacer un vínculo importante con algunos de ellos, siguiendo como su paciente por muchos años. Así fue el caso con el Dr. José Antonio Ugartechea Marrón, hijo de un químico transformado en médico que fundó una importante escuela y tradición homeopática en Guadalajara.
Lo conocí siendo una niña y, luego, tras nuestra partida a la Ciudad de México, mi familia dejó de acudir con él por más de una década. Regresando a Guadalajara retomamos el contacto con Ugartechea y después de que otro gran médico con el que me atendía (Jaime Bella Bazaldúa) se mudara a Culiacán, José Antonio se convirtió en mi médico de cabecera.

Aproximadamente tenía 16 años cuando comencé a consultarme con él de manera continua. Se convirtió en una figura que me acompañaba en todos los temas de salud, llegando a conocerme muy bien. Siempre muy atinado; en ocasiones bastaba con que le llamara por unos cuantos minutos para que me recetara el medicamento indicado.
Tuve algunas diferencias ideológicas con él. Ugartechea siendo un católico conservador tenía opiniones muy cerradas en algunos aspectos. Llegamos a comentar el tema en diversos momentos y siempre le dejé en claro que era atea y que no buscaba consejos de orden religioso. Poco a poco fue aceptando eso y pudimos respetar la forma de pensar de cada quien.
Durante mi transición al vegetarianismo y luego al veganismo, él fue parte importante. Le expliqué lo fundamental respecto a la ideología vegana y me acompañó en esa nueva etapa.
Vino la mudanza a Cdmx en 2017. Intenté buscar nuevos médicos y, aunque encontré algunas buenas opciones, siempre terminaba regresando con Ugartechea. Acordamos que las consultas serían por videollamada o llamada. Siguió siendo mi médico de cabecera a distancia y cada que podía lo visitaba en Guadalajara para no perder del todo las consultas presenciales.
Llegó la pandemia, Víctor fue el primero en contagiarse de Covid. Acudimos de inmediato con Ugartechea y lo sacó con éxito, sin secuelas. Después fue mi turno.

Y antes de esta enfermedad, hubo dos ocasiones cruciales en que atendió a Víctor en crisis de salud importantes. La primera fue tras una lesión en la espalda, que le apareció de forma repentina apenas a unos días de habernos venido a vivir a Cdmx. Víctor fue diagnosticado con escoliosis y tenía una inflamación muy intensa en la zona lumbar.
Viajamos de inmediato a Guadalajara para que fuera atendido tanto por un traumatólogo de confianza como por Ugartechea. Tras algunas semanas difíciles, Víctor comenzó a recuperarse favorablemente.
La segunda crisis en la que lo atendió fue más adelante tras una quemadura de segundo grado que Víctor sufrió en el brazo. Vivimos una experiencia terrible en el IMSS y decidimos viajar nuevamente a Guadalajara. Ugartechea nos recibió en su consultorio en domingo, apenas llegamos a la ciudad. Revisó la quemadura y mandó varios tratamientos tópicos además del medicamento de base. Recuerdo que, cuando le hablé después de lo ocurrido en el IMSS, apenas escuché su voz al teléfono y comencé a llorar. Él fue paciente y comprensivo. Me dio indicaciones y me dijo que nos recibiría en cuanto llegáramos a Guadalajara.
Es difícil transmitir la seguridad que sentía al contar con alguien como él, un médico al que podía hablarle en fin de semana, días festivos e incluso cuando él estaba de viaje. Siempre me respondía y, cuando no le era posible, me devolvía la llamada en corto tiempo. Llegué a hablar con él en Navidad, muy tarde por la noche, en carretera (tanto él viajando como yo)… Ugartechea estaba ahí. Incluso llegó a consultar a Brina, nuestra perrhija.

Se convirtió en mi médico para toda la vida. Hasta que dejó este mundo el 11 de diciembre del año pasado.
Mi última consulta telefónica con él fue el 25 de noviembre de 2024. Posteriormente, tuvimos un seguimiento también por teléfono el 5 de diciembre. Luego, el 8 de diciembre, variaron mis síntomas y le mandé un mensaje. Era domingo. Me contestó que comenzara a tomar Allium cepa, cada hora. Fue la última vez que hablé con él.
Llegó 2025 y llegó mi cumpleaños, el 18 de enero. Tuve una fuerte alergia desde la mañana así que intenté hablar con él por la tarde. Le mandé mensaje y no me contestó. Marqué a su número, sonó su teléfono y luego buzón. Supuse que estaría ocupado y que me llamaría en cuanto le fuera posible. Se terminó el día sin que tuviera noticias de él.
El domingo 19 de enero me levanté y prendí mi teléfono esperando encontrar un mensaje suyo y lo que hallé fue que su esposa me respondía informándome de una terrible noticia: mi médico había muerto desde el 11 de diciembre.

Cuánto silencio y cuánta soledad sentí caer sobre mí. Ni Víctor ni Brina estaban en casa. Me quedé sentada en la cama y me tomó unos minutos poder contestar a su esposa agradeciendo por el mensaje y expresando mis condolencias.
Esta gran pérdida no solo me deja muy triste, sino en un escenario en el que tengo que encontrar otro médico, algo que parece difícil, tomando en cuenta que intenté con varias personas en estos años que he vivido en Cdmx, con el resultado de que, cada una de las veces, decidía regresar con Ugartechea. Un regreso que ya no podrá ser.
Ese domingo que me enteré de su partida soñé con él. En el sueño acudí a una consulta, sabiendo que era la última, y él me atendió en una especie de carpa parecida a la de los circos. Nada en el ambiente me parecía familiar, sin embargo, él me recibió con la sonrisa de siempre; su consultorio era un templete improvisado con una mesita y una silla. Pasé a consulta y no hablamos de su muerte, simplemente me atendió como de costumbre.
Sabía que era la última vez que lo iba a ver; aun así, no me despedí de manera especial o diferente. Terminó la consulta y me alejé de la carpa. Creo que la consulta en sí fue la despedida. Una última vez sentada frente a él, un último medicamento.

El frasquito de Allium cepa que me recetó el 8 de diciembre continúa en mi buró.
Inés M. Michel
Imagen de portada: José Antonio Ugartechea Marrón (foto: Similia).
Las opiniones vertidas en las columnas invitadas y en las publicaciones especiales reflejan el punto de vista de su autor o autora y no necesariamente el de Cuerdas Ígneas como proyecto de escritura. Para comentarios, observaciones y sugerencias escríbenos a: cuerdasigneas@gmail.com





Deja un comentario