Sobre duelo y melancolía

El siguiente texto fue publicado previamente en: lacausadelpsicoanalisis.com

Eunice Michel

                                                                                                          La sombra del objeto cayó sobre el yo.

                                                                                                          Sigmund Freud.

                                                                                                          (Duelo y melancolía)

Comienzo con varias anécdotas, de la vida cotidiana y nuestra reacción ante la muerte, sea la de un ser querido, sea la que tenemos ante alguien que ha tenido una pérdida.

Las dos frases más comunes, «lo acompaño en su dolor» o «lo lamento mucho»  son las que expresan nuestra empatía con el o la doliente y además, el aprecio y necesidad de consuelo que imaginamos, y no sólo es imaginario, por supuesto, que el otro vive, son más que una expresión de cortesía. Son la expresión de acercamiento al otro ante su duelo.

Lo complicado es que, como sabemos todos y todas los que hemos tenido una experiencia como ésta, hay una dimensión ante la muerte, en la que se está solo, completamente solo. No hay nadie que pueda acompañarnos, ni siquiera los seres con los que tenemos los vínculos más íntimos.

Eso por una parte. Por la otra, hay un trabajo  que tenemos que elaborar, como Freud lo decía en 1925 (Duelo y Melancolía).  Esta labor, que consume gran parte de nuestra energía  y que es el fenómeno psíquico más complicado al que nos enfrentamos en la vida, implica dos cuestiones: desasir nuestra libido del amado ser perdido y colocar en ese lugar algo del orden de la vida. Por mi parte pienso que, a las labores imposibles que Freud mencionaba en otros trabajos -gobernar, educar, psicoanalizar-, quizá habría que agregar  la de elaborar un duelo que en sí tiene algo también del orden de lo imposible.

Explicaré por qué, desde mi perspectiva.

Foto: Ofrenda Día de Muertos, 2021. (Archivo familiar).

En el trabajo citado, Freud decía que para poder elaborar un duelo no es necesario solo saber a quién se perdió, sino qué se perdió con ella o él. De no darse la segunda condición, en vez de un proceso de duelo el sujeto entrará en un proceso de melancolía; que tiene semejanza aunque también diferencia, con lo que actualmente llamamos depresión.

Este proceso, que tiene todas las características del duelo, entre éstas, la más importante, la retirada de la libido del yo del mundo exterior, tiene una distinción esencial: la identificación con el objeto perdido. Es por ello que la melancolía, en un caso extremo, tiene una dimensión de suicidio, porque el doliente, al no poder desasir la libido del ser perdido, continuará por así decir, fijado, en una posición mortífera y se dejará, él mismo, morir, incluso y aunque solo sea, metafóricamente.

La cuestión es que, como el duelo normal muestra, hay un nivel desde el que nunca se separa completamente la libido de su objeto perdido; ello por una parte. Por la otra, tampoco es posible, como Freud decía, encontrar, si esto lo entendemos de manera absoluta, una sustitución del orden de la vida; porque la libido misma, que, como Freud decía, está adherida al objeto perdido, nunca renuncia de buena gana a una posición libidinal y de alguna manera, cuando ha habido una ligazón libidinal esa posición  permanecerá a lo largo de la vida del doliente de forma imperecedera.

Además, y no es lo menos importante, en el duelo,  se juega no sólo una posición mortífera, sino algo también del orden de lo erótico y eso también es lo que conforma un vínculo que no se disuelve.

En el psicoanálisis contemporáneo, tenemos el planteamiento de Jean Allouch y el intento de ir más allá del fundador del psicoanálisis, con su trabajo La erótica del duelo en los tiempos de la muerte seca (2006), donde el psicoanalista francés plantea dos cuestiones importantes que atañen, precisamente, a la elaboración del duelo.

duelo y melancolia
Imagen: Melancolía, Edvard Munch, 1891.

La primera, es que no hay sustitución posible. Cada objeto libidinal es único y no hay otro que ocupe su lugar (ni en los fallecimientos, ni en las rupturas amorosas, ni en la pérdida de proyectos o ideales o incluso órganos fisiológicos, por una cuestión de enfermedad y salud).

La segunda, en relación con la pregunta que Freud se hacía en 1925 para la elaboración del duelo, y siguiendo esta línea de pensamiento, de que no solo hay que saber a quién se perdió, sino que se perdió con el objeto ido, Allouch planteará que la interrogación más importante tiene qué ser qué perdió el doliente de sí mismo. Es como si el o la ausente se hubiera llevado con él o ella un resto de nosotros que no vamos a recuperar jamás.

Volviendo a la vida cotidiana, comentaré algo que en relación con la sustitución, dijo un colega mío que me hizo pensar la cuestión desde un ángulo muy interesante y que por lo menos en mi particular reflexión no había contemplado.

Estando yo en un Ateneo clínico, comparando el dolor de una pérdida con una herida que está sangrando, en relación con la presentación de un caso y aludiendo a la imposibilidad de encontrar un sustituto para el objeto perdido, el psicoanalista al que aludo dijo lo siguiente: si pensamos con Freud, y con Lacan también este asunto, tanto por el lado de una huella mnémica como del de los mecanismos de la metáfora y la metonimia, podemos decir que hay un sustituto que remite directamente al objeto  y es la cicatriz que uno construye de esa herida.

 Eso, es del orden de la vida.

Quizá, lo que en última instancia permita elaborar el dolor, no sea encontrar un sustituto aparte del objeto perdido; éste es único e irreemplazable. Como Allouch dice: no hay compensación; hay que subjetivar la pérdida, a secas.

De ahí, agregaría que nosotros, cuando estamos en duelo, hay también una operación nada sencilla qué hacer. Y es responder a la pregunta: ¿qué se llevó de mí el fallecido o la fallecida?

Los cristianos tienen una palabra para elaborar un duelo: resignarse. Como lacaniana, yo pondría: re-signarse.

La muerte del ser perdido vive en nosotros, y asimismo algo nuestro muere con su ausencia.

¿Elaborar un duelo no será re-significar nuestra propia muerte y, por supuesto, nuestra vida?

Guadalajara, Jal. 16 de abril de 2021.


Imagen de portada: Separación (Edvard Munch, 1896 / Museo Munch, Oslo, Noruega).

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