ESPECIAL | 3 microrrelatos sobre la maternidad

Abrimos nuevamente estas Cuerdas a una colaboradora muy querida, Angélica Reyes, quien amablemente nos hizo llegar una participación especial que consideramos muy pertinente publicar en el Día de la Madre.

Gracias, Angélica, por las letras, el espacio compartido; y por la posibilidad de tender puentes de lectura, escritura y cariño mutuo.

Reencuentro

Entré demasiado cansada en el sueño, como un cuerpo que conserva la esperanza de que el deseo de despertar no alcance; entré al sueño con mi cuerpo de madre. De noche las cicatrices del embarazo se reavivan, vuelven a ser los mismos surcos rosados y luminosos agrietando mi vientre, duelen mis pechos, pero la leche se ha secado, duele el cuerpo de una mujer que fue madre. Mi hijo tiene hambre y sus labios añoran volver a mi pecho, engullirme toda y no volver a sentir privación. La noche es inmensa, pero no asola mi cuerpo de madre, me permite soñar y ahí mi hijo comía y moría en santa paz.

Ausencia

“Nadie promete tanto como quien no va a cumplir” dice una frase garabateada junto al logo del gobierno, en la pared del centro de maternidad, aquí llegué después de que me corrió aquel manantial tibio y viscoso por entre las piernas inundando mis zapatos, por fortuna mi calzado es tan viejo que los agujeros salvaron lo anegado. Encargué con la Sole a mis cinco hijas porque el hombre que me ha embarazado así de veces no deja nunca que la cruda le llegue ni que yo lo conozca más que a golpes, ya debería yo saber que siendo la sexta niña la que estoy alumbrando dirá que él no es padre de castradas.

Soledad

Los días se han convertido todos en el mismo día; ahora comienza con el llanto del más pequeño que necesita pegárseme al pecho, su llanto no es conforme su hambre aumenta, él despierta con un grito desaforado que le sale no de los pulmones sino de las tripas vacías. Su llanto quiebra el dormir de todos y recuerdan con el despertar que mi existencia es igual a que la ropa esté planchada, las mochilas listas, el desayuno a la mesa. Corro con el bebé pegado al pecho que con sus ávidos dientes se aferra al mundo, pero yo, su mundo por ahora, respondo a todo menos a su llamado, le ofrezco mi pecho para que calle y el caos no termine por desbordar las cuatro paredes que nos contienen. Los demás salen de casa a inventarse otro mundo, pero ellos se han convertido en el mío, como si yo viviera a través de esas extensiones que son los hijos; hoy la soledad y el resentimiento me asaltaron, pero este último hijo me ha llamado mamá por vez primera y asistí, de regreso, a este mundo, a ese llamado.

Angélica Reyes