Este texto fue creado como parte de un ejercicio propuesto por Yuri Bautista en el círculo de lectura Maternidades siniestras (sesiones de los domingos en el mes de mayo, 2024), el cual aún no concluye.
Agradezco el espacio virtual en que nos hemos acompañado las asistentes cada domingo, guiadas por Yuri, pensando y repensando la(s) maternidad(es). Al leer en voz alta lo que leerán a continuación, anuncié que se trataba de una reflexión desde el punto de vista de otra maternidad posible.
Sugerencia musical para acompañar la lectura:
Sus ojos apagados me dieron la bienvenida. Ayer con vida. Hoy muerta.
Comencé los rituales a primera hora. Las flores moradas quedaron esparcidas por su tumba.
Yendo hacia las oficinas del periódico (varias semanas después) sonó Lascia ch’io pianga y la voz se escurrió por las bocinas.
Las lágrimas comenzaron a escurrir también, tan pronto los primeros acordes de la pieza tocaron el recuerdo; la imagen de su muerte volvió a pasar por el corazón. El eco de su partida resonó por varios minutos y estos se hicieron líquidos, no pude atraparlos, como no pude mantenerla a ella conmigo.
Fui madre por 8 años, 8 largos años, 8 insuficientes años, 8 años cortados por el aliento de la muerte que me mira parada en el umbral en días muy nublados.

Estuve ahí cuando se enfermó la primera vez, pero ya no la última. Su abuela, mi madre, tomó mi lugar. Ella cuidó, ella limpió, ella pasó noches en vela, atendiendo cualquier posible anomalía en los latidos del corazón. La crisis convulsiva se presentó de improviso y fue entonces que acudió la muerte, inesperada. Aunque de inesperada nada, todo lo vivo perece.
Y así, interrumpidas por el asombro, por el horror y por la ausencia, envolvimos el cuerpecito inerte de un ser que un día vivió, respiró, amó y sufrió.
Los ojos viscosos se llenaron de gusanos y la visión insoportable se coló en las pesadillas matutinas, esas que se presentan antes de ir al trabajo irrenunciable.
Desenterré el cuerpecito solo para corroborar que sus ojos seguían en su lugar. Ya no estaban, ya no podían atormentarme. Solo el alma herida se desgaja con el eco de la voz de la soprano hasta que su última vocal me transmite calma.
El día cualquiera que apenas empieza sigue su curso, impasible.
Inés M. Michel
Imagen de portada: pástel y lápices de colores sobre papel (@inesmmichel, mayo, 2024).





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