Helí Morales

Eunice Michel

Yo no niego la cruz de mi parroquia.

                                                                                   Dicho popular.

Conocí a Helí Morales en 1988. Mucha historia ha corrido desde entonces. Éxitos y fracasos; pérdidas y esperanzas; pero también proyectos inéditos y compartidos.

Él estaba recién llegado de París al Distrito Federal (ahora Ciudad de México) después de realizar su doctorado; yo, recién llegada de Guadalajara, para iniciar la Maestría en Teoría psicoanalítica en el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos (CIEP), cuyo director fue Néstor Braunstein, un psiquiatra y psicoanalista exiliado de la dictadura argentina de aquellos años y quien dirigió esa institución durante casi 40 años. Asimismo, Braunstein fue, junto con Marcelo Pasternac (1933 – 2011), también psiquiatra y psicoanalista, exiliado argentino, de los pioneros de la introducción de la obra de Lacan a nuestra patria.

Helí debe de haber tenido en aquel tiempo unos 26 años; después supe que fue uno de los alumnos más brillantes de los que atravesamos por esas aulas y además, discípulo preferido de Néstor, para quien, al decir de Daniel Gerber, otro psicoanalista y exiliado argentino; también maestro de mi Generación (junto con el propio Néstor y María Teresa Orvañanos), fue algo así “como el hijo que nunca tuvo”.

Braunstein tiene una sola hija, de nombre Clea, de su matrimonio con Frida Saal (1935 – 1998), también psicoanalista y exiliada argentina.

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Néstor Braunstein (Foto: David Gasser / Diecisiete).

Helí usaba entonces el cabello recogido en una cola de caballo y era el profesor de Epistemología del psicoanálisis; yo llegué al CIEP con el cabello cubierto de canas, que había decidido dejar de teñirme (tuve canas desde muy joven) , teniendo que dejar a mi única hija, de menos de dos años, al cargo de mi esposo, Juan Ignacio Mancilla, y mi suegra y cuñada, doña María y Rosa, respectivamente, ya que ellos  sólo podrían trasladarse al Distrito Federal hasta al término del semestre por el trabajo de Nacho en la Universidad, y cada vuelta a Guadalajara era tener que despedirme de Inés, quien por supuesto, se quería ir conmigo. Y yo, pasando por la tristeza de no poder tenerla conmigo y sufriendo cada una de esas despedidas. Pero además, llevando a cuestas el dolor más grande que me ha dado la vida: la muerte de mi padre, quien falleció 15 días antes de que iniciara la Maestría. 32 años después, en 2020, fallecería el mayor de mis hermanos varones, quien llevaba su nombre, abriendo una herida que no acaba aún de sangrar en el corazón y el alma.

Al ingresar al CIEP, desde el principio del postgrado, se nos advertía que la formación de los psicoanalistas sólo incluía en ese lugar la teoría; pero que para llegar a ser tales y ser reconocidos por la comunidad psicoanalítica, lo más importante era atravesar por un psicoanálisis personal y desde luego el dispositivo de la supervisión clínica con colegas de mayor experiencia en el campo.

El CIEP estaba incluido en la Fundación Mexicana de Psicoanálisis, que tenía también una clínica con costos accesibles para la gente de escasos recursos y, por supuesto, para los estudiantes del Centro y cualquier  persona de la comunidad que quisiera ir a tratamiento con psicoanalistas miembros de la Fundación y también exalumnos y exalumnas.

Yo venía de “un diván autorizado” como me dijo Braunstein en la entrevista de ingreso que me hizo y ése era el de Hans Saettele, lingüista y psicoanalista de origen suizo y avecindado en México, quien me había dado clases en la Facultad de Filosofía y a quien me recomendó mi hermano Leopoldo, que lo conocía por El Colegio de México. Hans vivía en aquel momento en  Guadalajara  y mi análisis con él fue algo esencial en mi vida.

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Hans Saettele (Foto: UAM).

Al principio, mi primer psicoanalista era de orientación freudo-marxista; pero, después de conocer el pensamiento de Lacan y su trabajo clínico, fue uno de los pioneros en impartir seminarios “por la libre” sobre el psicoanalista francés en mi ciudad natal y, además, introdujo la teoría y clínica derivada de éste en la Escuela de Psicología de la Universidad de Guadalajara, en la cual formó importantes discípulos. Asunto nada fácil en una institución que había sido fundada por el insigne psiquiatra tapatío Wenceslao Orozco y Sevilla y que, por mucho tiempo, fue un lugar donde la enseñanza de la psicología se impartió por los psiquiatras; por lo que el pensamiento médico dejó una impronta importante hasta la fecha, después de la lucha de los psicólogos y psicólogas contra los y las psiquiatras para poder ser, aquéllos, profesores en esa reciente escuela. Actualmente, y como corresponde, constituyen la mayoría de la planta académica.

Por ese tiempo hubo un texto que se volvió una especie de Biblia para la naciente participación del área de psicología: Psicología: ideología y ciencia, de Braunstein, Pasternac, Gloria Benedito y Frida Saal.

Pero vuelvo a Helí Morales. Tomar clase con él fue un privilegio que entonces y ahora reconozco, después de todo el tramo recorrido en mi formación psicoanalítica y en la vida. Helí, quien además de ser un excelente profesor, era y es un expositor extraordinario, ha sido siempre alguien que sabe jugarse innovadora, lúdica y creativamente en sus exposiciones, sean conferencias, seminarios o simples clases o charlas espontáneas.

Eso no lo ha perdido con el tiempo. Al contrario. Como los buenos vinos, sigue siendo cada vez mejor, conforme avanza en la teoría y la clínica.

Como anécdota: alguna vez me dijo Víctor Villarreal, psicoanalista tapatío y quien se reconoce como mi discípulo, lo cual me honra, que este hombre es el único al que ha visto alburear a un auditorio de 700 personas, las cuales, además, rieron a mandíbula batiente, de su ocurrencia de aquella ocasión.

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Presentación del libro Psicoanálisis con arte, de Helí Morales, Universidad Autónoma de Querétaro (Foto: UAQ).

Desde luego, mis otros maestros del CIEP tuvieron también un papel  importante en mi formación;  cada uno y una con sus diferentes estilos. Y en el caso de la clínica, definitivamente Daniel Gerber, de cuyas clases obtuve también fundamentales enseñanzas. 

A la salida del CIEP, muchas y muchos seguimos siendo discípulos de Helí y también muchos y muchas lo eligieron como psicoanalista.

Yo todavía recuerdo las palabras que nos dijo aquella noche de su última clase: “¿Qué es lo queda ahora? Transferencias.” Y después agregó: “Muchachos, la década que sigue es suya”.

Era el año de 1990.

Sí, eso fue hace 30 años; pero de esas transferencias que quedaron, sus discípulos y discípulas, convertidos y convertidas en colegas, emprendimos la organización de grupos y proyectos inéditos con él.

Yo lo había elegido como director de tesis; pero era un tema tan ambicioso, el mío o simplemente no era mi momento de hacerlo: después de plantearme un recorrido por toda la historia de la ética en la historia de la filosofía, pensaba incurrir en las obras de Marx, Kant, Freud y Marqués de Sade, para diferenciarlas. De esto obtuve años después un artículo en una revista de la Universidad Veracruzana que dirigía Víctor Novoa (quien estuvo un tiempo en un proyecto nuestro, la Red Analítica Lacaniana, REAL) y el trabajo para obtener el grado terminé haciéndolo sobre sexualidad femenina, bajo la dirección de Helí y mucho tiempo después, ya siendo coordinadora de la Maestría en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica de mi Universidad, por exigencias administrativas y gracias al año sabático que me otorgó para ese efecto mi jefe de Departamento de entonces, el maestro José de Jesús Gutiérrez Rodríguez.

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Portada de Helí Morales. Psicoanalista, de Andrés Manuel Jiménez (Imagen: CLIQ).

Al poco tiempo de que mi Generación salió del CIEP, Helí y otros psicoanalistas conformaron una revista llamada Anamorfosis: Hans Saettele, Adriana Isla, Daniel Gerber, Mirta Bicecci y Susana Bercovich, esposa de Helí en ese momento.

Salieron varios números de esa publicación; pero, como ocurre usualmente con los medios independientes, dejó de salir pronto (creo que salieron dos o tres números, ahora prácticamente inconseguibles); pero alcanzamos a presentarla en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, de la Universidad de Guadalajara, bajo los auspicios del Centro de Tecnología Educativa, que dirigía Carlos Moyado y cuya presentación fue gestionada por J. Ignacio Mancilla y yo.

Lo que sí se quedó en el tintero fue la entrevista que Nacho y yo le hicimos al historiador italiano Carlo Ginzburg, quien al serle otorgado años después el doctorado Honoris Causa por nuestra Universidad fue llamado el “mayor historiador vivo”. Todavía vive y por ahí en algún archivo tenemos su foto sosteniendo Anamorfosis en sus manos, al lado de la piscina del Hotel Lafayette, por la Avenida Chapultepec, de nuestra ciudad.

Al terminar de salir la revista, yo no sé qué pensarían los demás. A mí personalmente, me complace pensar que el modesto antecedente de la Red Analítica Lacaniana (REAL), fue un Seminario sobre psicoanálisis y filosofía que coordinamos Nacho y yo en la casa Jesús Reyes Heroles de la Ciudad de México y en el cual participaron, además de otros colegas, dos de los miembros de lo que fue Anamorfosis: Helí Morales y Hans Saettele.

Tengo razones para ese recuerdo. Nos reuníamos Hans, Helí, Nacho, Alma Beltrán, nuestra administradora Yuriria y algunos otros de los participantes en el Seminario en distintos cafés de la colonia Condesa, para planear la publicación de las ponencias y hablar de otras ideas que ahí se nos ocurrían. Mi hija Inés asistió alguna vez a esas reuniones y ocupaba una mesita para ella sola, al lado de la nuestra.

seminarios helí morales
Imagen: Multimedios UAZ.

En una ocasión en la que Hans no pudo asistir, mandó conmigo el mensaje de que él se pronunciaba por la propuesta de una Asociación que prestigiásemos con nuestros nombres propios como un proyecto para realizar eventos y quizá un postgrado.

Al poco tiempo, los y las que quedaban del grupo de Anamorfosis, con las excepciones de Mirta Bicecci y Susana Bercovich, quienes por motivos personales dejaron el grupo, y la inclusión de Marcela Martinelli, segunda esposa de Helí, convocaron, a nivel nacional, a una Asociación de Colectivos, que proponían llamar Red Analítica Lacaniana (REAL) y que funcionaría, así, como Red, sin un jefe de escuela y como enlace de Colectivos.

En ese momento, yo ya  había regresado a Guadalajara, a coordinar el postgrado que menciono líneas arriba, por cuestiones laborales, pero también personales. El tiempo transcurrido entretanto, seguíamos en comunicación Hans, Helí, Nacho y yo, y todos ellos fueron profesores de esa Maestría además de que la primera clase que ahí impartimos fue entre Hans, Helí y yo, que entonces era maestra invitada.

Por supuesto que me integré al llamado de la Red. La fundamos en la Universidad Iberoamericana, unas 30 o 40 personas y a partir de ahí fuimos creando colectivos en los estados que cada uno o una vivíamos.

El tiempo que REAL duró fueron 13 años fructíferos. Se publicaron libros, se organizó una Especialidad en Clínica, nos reunimos en un coloquio donde exponíamos ponencias cada año. Y lo principal, que a mí tanto me gustó: la máxima autoridad de nuestra Asociación fue la Asamblea y no hubo, como se dijo desde el principio, ningún jefe de escuela, característica que, por lo menos que yo sepa, no hay en ninguna asociación psicoanalítica.

Hubo separaciones y divisiones, sí, como en todo grupo que se respete. Y desde luego, diferencias que motivaron la salida de algunos miembros. También hubo que lamentar fallecimientos de algunos integrantes.

De las salidas de REAL, para mí la más complicada fue la de Hans Saettele y su esposa, Adriana Isla, por obvias razones.

Finalmente, a propuesta de Helí y después de una asamblea donde la votación fue muy reñida, la Red se disolvió con un Coloquio organizado en el Auditorio Salvador Allende, el más grande de la Universidad de Guadalajara. Ahí nos despedimos, amistosamente, también algo poco usual en las separaciones de las escuelas, psicoanalíticas o no. Hasta convivimos en una fiesta a la salida, en la que cenamos platillos típicos de la región y disfrutamos de un grupo de música, en el hotel Aranzazú, situado en el Centro de Guadalajara. Algunos y algunas bailaron hasta la madrugada.

En el año de 2014, Marcela y Helí nos convocaron, a algunos y algunas de los que habíamos sido miembros de REAL y a otros compañeros y compañeras nuevas, a la ciudad de Puebla, a un espacio proporcionado por Antonio Bello, para otro proyecto.

Se llama la Escuela de la Letra Psicoanalítica (ESLEP) y ahí estamos hasta la fecha.  En el caso mío, después de dos años complicadísimos de mi vida y mi historia personal que me hicieron estar ausente, aunque siempre al pendiente de la ESLEP y sus apuestas.

En la ESLEP, como en la REAL, también se juegan inéditos: seguimos sin jefe de escuela; pero también con un programa para devenir analista que no otorga título y en el que se pretende la formación de analistas como algo fuera –y aunque tenga algo que también rescate lo mejor de ello–, del saber universitario.

escuela de la letra psicoanalítica
Imagen: @delaletra_eslep

Además, algo poco usual entre psicoanalistas: el compromiso social que caracteriza a la Fundación social del psicoanálisis, asociación que se fundó al mismo tiempo que la ESLEP y desde la que se organizaron clínicas en 4 estados para atender, en nuestro México, en una época que tanto lo necesita, a mujeres violentadas, y a familiares de desaparecidos.

Y miren ustedes: cuando miro hacia atrás digo: no lo hemos hecho mal. Y al contrario.

En la REAL una vez realizamos un coloquio en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, memoria del 68.

Y bueno. El año 2021 comienza bien.

Primero, y para no dejar de lado el horizonte de nuestra época, creo que el inicio de la vacunación contra el Covid 19, pandemia que azota a todo el mundo desde el  pasado año, y que tanto dolor y muerte ha dejado a los y las que en este periodo vivimos, es algo esperanzador en el nivel social.

Y por lo que a la ESLEP y Helí Morales en particular corresponde, quiero decir que, con todo merecimiento y por iniciativa de una propuesta de Marcela y con el apoyo para postularlo de Toño Bello, Catina Torreblanca y Andrés Manuel Jiménez, Helí recibe el Premio Sigourney, de Estados Unidos, el más importante a nivel internacional en el medio psicoanalítico y que por primera vez se otorga a un latinoamericano.

Finalmente, transferencia es transferencia. Y obliga.

Helí Morales es mi psicoanalista desde hace mucho.

Y yo, Eunice Michel, en una genealogía que llega, atravesando por Lacan, llega hasta Freud, también soy psicoanalista.

Guadalajara, Jalisco, colonia Morelos, 22 de enero de 2021.

Nota final: Agradezco a mi compañero de la ESLEP, Juan Capetillo, psicoanalista e historiador del psicoanálisis en México, su ayuda para la precisión de los datos de las fechas de nacimiento y fallecimiento de Marcelo Pasternac  y Frida Saal.


Imagen de portada: Helí Morales (BNC).

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