Para Judith y Suzzette, por el don de la amistad.
…¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! […]
¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre,
sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre
la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra,
lumbre de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre
de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre de
alumbre…, alumbra, alumbre…!
Miguel Ángel Asturias.
Esta vez voy a recomendarles, para su disfrute y reflexión, un poemario doble, que debemos a la excelsa pluma de Guadalupe Aguayo; publicado, literalmente, como un libro doble por Ediciones el viaje (2021), bajo el cuidado de Marco Antonio Gabriel.
Hermetismo cristalino I. Susurro de cenizas está compuesto por 99 poemas y Hermetismo cristalino II. Murmullo de sombras por 33 poemas. El formato es muy singular (17.6 cm, por 21.3) y las portadas fueron compuestas con fotografías de Nora Martos, corresponden a los subtítulos: colores ceniza y negro, respectivamente.
La presentación, más que atinada, está firmada por Jorge Juanes, quien, ya prácticamente al final de su escueta pero brillante presentación, nos dice que:
“Emplazada en el juego del mundo, la poesía de Guadalupe Aguayo escucha los sonidos de la beatitud que consagra y redime, los cuerpos, las cosas, el temblor y la pasión. Una poética que comparece al des-cubrimiento de la escucha enhilada a la correspondencia con el azar del mundo” (p. 24).

Lejos de mí, siquiera el intento de abarcar semejante poética, compuesta por un total de 132 poemas, que logra, como muy bien sostiene Juanes, escuchar el “juego del mundo”, pero también de “los cuerpos, las cosas, el temblor y la pasión”; es decir, y no hago más que repetir de nuevo a Juanes, escucha “el azar de mundo”. Cosa que se dice fácil, pero…
Mi particular manera de invitarlas e invitarles, amables lectoras y lectores de Cuerdas Ígneas, a que lean y se confronten con la poética de Guadalupe Aguayo, es ofreciéndoles mi (personal) lectura de uno de sus poemas, Alumbramiento, en el que, de forma magistral, se evidencia todo nos afirma Juanes sobre la poética de Lupita Aguayo.
Hecha esta aclaración, va pues mi lectura de Alumbramiento.
Es el poema 29 de Hermetismo cristalino II. Murmullo de sombras.
Es un poema de 30 versos, con los que Aguayo, como de hecho lo constata toda su poética, nos hace palpable, en su sentido más creativo (poético en el sentido etimológico), la situación de nuestro ser (¿habría que escribir también no ser?) en el mundo actual.
Con lo que no hace otra cosa que alumbrar el carácter polisémico del significante alumbramiento (¡ay, tan intenso y extenso!), título del poema sobre el que aquí medito y escribo; de ahí mi decisión de poner como epígrafe el canónico texto de Miguel Ángel Asturias (producto de una prosa poética, sin igual).
Así como renuncié a la pretensión de hablar de lo puesto en juego por Lupita Aguayo en sus dos poemarios; del mismo modo me resisto, por su imposibilidad, a querer agotar lo movilizado en tan significativo (para mí, según mi gusto) poema.


Por lo que mi lectura, de la que solamente yo soy el responsable, se contentará con aludir, sin ningún anhelo de agotar tales señalamientos, algunas cuestiones, que no pueden más que ser caviladas a partir de lo que Aguayo nos dice y congrega en su poema.
Dándonos, con ello, plena existencia, en el sentido más complejo y contradictorio del término.
Es por eso, desde mi apreciación, que insisto, el poema abre con una alusión a la escritura misma; de forma poética, por supuesto:
“Cada vez que mi hoja se queda desierta
“me encaro a ella y espero.”
Para pasar después, y en esto consiste toda la magia del poema, a encararnos, sin espera, al complejo vidamuerte (el término, así, junto, sin espacio ni guiones de por medio, es de Jacques Derrida) que habita el mundo habitándonos, también. Algo que, de manera por demás fina, Juanes explicita en su introducción a la poética de Aguayo.

Por eso el llamado de la poeta:
“Ven, ven…
“Debemos finalmente sucumbir.”
Pero no se trata de sucumbir por sucumbir, sino que la invitación implica:
“Que las tinieblas surjan.
“Que la palabra ceda al convite de la respiración.”
Sí, es el ritmo del hálito de la vida, que se juega, todo el tiempo, en la propia cadencia poética de Aguayo; métrica que, prodigiosamente, cambia (doblemente) de registro, para advertirnos que:
“Ya no tenemos nombres ni gestos ni miradas.
“He olvidado cómo es tu rostro, tus manos.
“No queda nada ya de qué aferrarse,
“salvo la propia vida”.
Sí, la propia vida que nunca es sin los otros (los que me dan plena existencia, diría Octavio Paz en su monumental Piedra de sol).
Y es que:
“El tiempo desorienta nuestros cuerpos,
“se esfuman las personas y el pasado.”
Así está el tiempo del mundo, nuestro tiempo presente.
Y, ¿por qué no alumbramos el mundo, como Lupita, en lugar de oscurecerlo? Aquí la sordera poética de Joe Biden y Vladimir Putin es más que patética. Pero, ¿qué otra cosa cabría esperar de ellos?
Pero, ¿cómo?, seguramente se preguntarán, amables lectoras y lectores.
A lo que respondo, citando de nuevo el poema, con:
“La caricia [que] le da forma a la efigie para
“amoldarse a ella, la agita,
“cubre la epidermis de la vida con pasos
“sucesivamente quedos, vertiginosos.”
Lo que está en juego, todo el tiempo y en toda la vida, es el ser y el no ser; pero digámoslo con Lupita, en modo poético:
“El ser y el no ser no son ya más
“que impulsos en la sombra.
“Una suerte de frágil equilibrio
“se establece entre los mortales y el misterio.”
¿Dónde queda lo inmortal, que pertenece también al orden del misterio?
En lo que los griegos llamaban Physis (Φύσις) que, según Heidegger, los latinos tradujeron mal, muy mal, por Natura; de ahí viene, en español, nuestro término naturaleza.
Bien, algo de ese brotar y rebrotar, es lo que nos expresa Aguayo en los siguientes versos de este espléndido poema:
“Todo se mezcla minuto a minuto,
“extrañas energías nacen y renacen,
“se exceden por el acercamiento
“en lo que se comparte e intercambia
“y en lo que busca lo entrañable en lo entrañable.”
Así el mundo, las cosas, la vida y el tiempo.
De ahí que, desde la perspectiva poética de Guadalupe Aguayo, no nos quede de otra más que:
“Tendrás que aprender cómo aferrarte a la poesía,
“tendrás que parecerte a tu prójimo;
“que haría falta una muerte fulminante
“para poner un fin en este drama
“y devolver sus vínculos al mundo.”
Sí, “devolver sus vínculos al mundo” cosa que no podremos hacer si dejamos de aferrarnos a la poesía y si dejamos de parecernos a nuestro prójimo.
Es como podremos poner fin al drama de este mundo inmundo; ello si todavía queremos y deseamos “devolver sus vínculos al mundo”.

¿Queremos?
Más allá de que estemos atravesados por la contradicción misma, es algo que, si no arriesgamos y no nos apostamos en ello, terminará por disolver los vínculos mismos del mundo; cosa que aún con toda la inmundicia del mundo, sería una catástrofe y una desgracia.
El asunto es que, si se disuelven los vínculos, pues ya no habrá mundo, repito, con todo lo inmundo que sea; y…
He aquí, pues, mi lectura (parcial, ¿podrías ser de otro modo?) de Alumbramiento.
Es con esta mi interpretación que quiero invitarlos, amables lectoras y lectores de Cuerdas Ígneas, a que lean (y relean) a Guadalupe Aguayo.
De hacerlo, tendrán toda una experiencia del orden del ser y también del no ser; en su sentido más complejo y dialéctico.
De ese calibre es su poética.
¡Enhorabuena Lupita Aguayo, por tus poemarios!
Gracias por esa poética maravillosa que todo el tiempo me hace amar y temblar; y también temer.
No cabe duda, la poética de Guadalupe Aguayo afirma la vida, como Nietzsche la afirmó en su momento (todo el tiempo); de ahí que no sea casual que sus dos poemarios, abran con sendos epígrafes del filósofo de los grandes bigotes.
Ahora lo que resta, lo que me queda, es transcribir textualmente el poema completo, para que lo disfruten y se animen a leer a una formidable poeta, que responde (¡y vaya que responde!) al nombre de Guadalupe Aguayo:
“Cada vez que mi hoja se queda desierta
“me encaro a ella y espero.
“Ven, ven…
“Debemos finalmente sucumbir.
“Que las tinieblas surjan.
“Que la palabra ceda al convite de la respiración.
“Ya no tenemos nombres ni gestos ni miradas.
“He olvidado cómo es tu rostro, tus manos.
“No queda nada ya de qué aferrarse,
“salvo la propia vida.
“El tiempo desorienta nuestros cuerpos,
“se esfuman las personas y el pasado.
“La caricia le da forma a la efigie para
“amoldarse a ella, la agita,
“cubre la epidermis de la vida con pasos
“sucesivamente quedos, vertiginosos.
“El ser y el no ser no son ya más
“que impulsos en la sombra.
“Una suerte de frágil equilibrio
“se establece entre los mortales y el misterio.
“Todo se mezcla minuto a minuto,
“extrañas energías nacen y renacen,
“se exceden por el acercamiento
“en lo que se comparte e intercambia
“y en lo que busca lo entrañable en lo entrañable.
“Tendrás que aprender cómo aferrarte a la poesía,
“tendrás que parecerte a tu prójimo;
“que haría falta una muerte fulminante
“para poner un fin en este drama
“y devolver sus vínculos al mundo.” (pp. 51-52).
J. Ignacio Mancilla.
Guadalajara Jalisco, colonia Morelos, a 1 y 8 de marzo de 2022.