LÁMPARA DE ACEITE | El cine del diablo

Columna invitada

En la antigüedad griega se veneraba y valoraba la guerra porque el periodo de paz era el fenómeno extraño, ahora, el periodo que se repudia es el del conflicto.

Hoy no quisiera escribir de cine, pero intentaré ligarlo de la mejor forma a un tema que me ha estado preocupando desde hace varios años y que estas últimas semanas ha reavivado la atención en aquellos casos espantosos, productos de un esquema cultural donde la violencia es el vaivén del que no hemos podido escapar, dado que toma un papel moldeador y condicionante del que los círculos influyentes se aprovechan para continuar ejerciendo su estatus ilusionista de poder. Y es que, en medio de bombardeos sin sentido, desapariciones sin escrúpulos e investigaciones sin seriedad, entre muchos otros fenómenos, ¿cómo se puede hablar de cine, literatura, poesía o música cuando existe una sombra violenta que ennegrece las facultades bondadosas de estas representaciones? Recientemente, en una conferencia sobre la “belleza de la guerra”, escuchaba un comentario concluyente que manifestaba que “la guerra es hermosa, siempre y cuando no sea aquí, ni ahora, ni con nosotros”, esta noción, por supuesto es una paráfrasis que considero equívoca, pero me dejó inquieto. Es cierto que, en la antigüedad, específicamente en la griega, el sentido que se le otorgaba a la guerra era contrario al actual. Se veneraba y valoraba la guerra porque el periodo de paz era el fenómeno extraño, ahora, el periodo que se repudia es el del conflicto, una conclusión hasta tautológica, por su anacronismo, diría yo.

La guerra pertenece a la esfera de la violencia entre tanto sea convulsa y glorifique las relaciones de poder y sometimiento, sin embargo, también es innegable que pertenece a la esfera estética que ha perpetuado una idea de reconocimiento y valor simbólico, puesto que se ha tejido, arbitrariamente, una relación entre ambas esferas para dar mención de su “insoslayable vínculo”. En Marcos de guerra (2010), Judith Butler menciona que alrededor de la actividad guerrista se gestiona un marco de representabilidad que aproxima a los individuos que la viven con los que la miran para mantenerlos en un estado de alerta. Esa idea, necesariamente, posiciona a la interpretación de la guerra fuera o lejos de la cornisa de la subjetividad, entonces, aquella “belleza de la guerra” es ofrecida por medio de una impronta condicionada y dirigida por los límites de esos marcos. En pocas palabras, aquella belleza de la guerra y, en suma, aquella belleza de la violencia, no son otra cosa que conceptos estratégicamente definidos y acomodados para someter nuestra mirada ante los desastres humanos, una justificación glorificada para enaltecer valores violentos. Ejemplos hay muchos y lo peligroso no es que sean bastantes, sino que, a partir del disfraz de la elocuencia y la manipulación elegante del lenguaje, algunos lectores poco ávidos de la comprensión toman ciertas ideas o manifestaciones artísticas como filosofías a las que entregarse. Allá por 1827, el escritor británico Thomas de Quincey publicaba uno de sus ensayos más recalcitrantes: Del asesinato considerado como una de las bellas artes, donde defendía con soltura esta idea y abrazaba la posibilidad de que existiera un tiempo donde la sociedad pudiera diferenciar el acto de matar simple y vago en contraposición con el “acto de matar artístico”, un supuesto modo rico y vasto en su forma de llevar a cabo el asesinato. Vaya que algunas ideas no solo son atrevidas, sino estúpidas, pero, para fortuna de la humanidad, esa sigue siendo risible.

Fotogramas de ‘Post Tenebras Lux’ (2012) MUBI y ‘Desde mi cielo (2009)’ NETFLIX.

Lleva rato que el mundo respira con cansancio, hartazgo y dolor porque siguen presentándose apologías de las diferentes violencias, que no hacen más que encasillar la percepción ya manipulada del fenómeno. La cinematografía mundial, al responder a un impulso creativo y de inmediatez contextual, ha referido ciertas historias que desenmascaran algunas verdades y aproximan, en ocasiones con más honestidad que otras, visibilidades, los resquicios de la violencia. Es por esta razón que me aventuro, esta semana, no a recomendarles sino a mostrarles algunas de esas obras que considero de enorme relevancia para repensar y avanzar en el tema. Antes de la lluvia (1994), película de Macedonia dirigida por Milcho Manchevski, Las elegidas (2015) de David Pablos, Ven y mira (1984), cinta de que data el horror de la guerra, dirigida por Elem Klímov y Noche de fuego (2021) bajo la dirección de la enorme cineasta mexicana Tatiana Hueso; estos filmes comparten una relación, no sólo estilística y de forma, además, en todos se revelan las enormes e imperdonables “fallas humanas masivas” de las que el mundo ya está cansado y enfermo.

Por otro lado, es verdad que la figura del diablo ha generado mucho interés para cualquier manifestación creativa y artística, desde Dante con su Divina comedia (1472), pasando por el Fausto (1790) de Goethe y el famoso Fistol del diablo (1859) de Payno, hasta El trino… (1768) de Tartini o el Tango Satánico (1994) de Béla Tarr, entre muchas otras, inagotables, obras. No obstante, debo señalar dos cosas, la representación figurativa del diablo obedece a otro marco de dominación; el moral y religioso y, además, recordemos para no volver a olvidarlo, que el diablo no existe. Lo que no voy a negar es que los caracteres sígnicos de la figura del mal han sido adoptados, replicados y trasladados fuera del ámbito de la creación artística para posicionarlos en la realidad. En la imagen anterior podemos ver dos fotogramas, pertenecientes a películas distintas: Post Tenebras Lux (2012) de Carlos Reygadas y Desde mi cielo (2009), de Peter Jackson, filmes que puedes observar en MUBI y NETFLIX, respectivamente. En estas imágenes, que nos miran fijamente, encontramos una analogía entre los códigos simbólicos de la figura del diablo. En la primera, el diablo toma su forma antigua, coloquial y popular, en la segunda, vemos a un hombre… ese hombre/diablo que ha tomado como suyos esos códigos inmorales para sucumbir a la enajenación de la violencia.

Estos filmes comparten una relación, no sólo estilística y de forma, además, en todos se revelan las enormes e imperdonables “fallas humanas masivas” de las que el mundo ya está cansado y enfermo.

Un punto imprescindible de este pequeño análisis trata de subrayar todas las consecuencias que no solo afectan al otro bajo esa relación de poder-sometimiento, las consecuencias y fatalidades también son internas. El valor subversivo de la violencia desemboca en anomalías individuales que terminan por desocultar los rasgos más débiles del ser y direcciona al deterioro del sujeto, o así, trataron de enunciarlo, con bastante gallardía, Joseph Conrad y Céline en sus célebres novelas: El corazón de las tinieblas (1899) y Viaje al fin de la noche (1932), donde, a partir del ejercicio del poder que origina violencia, sufrimiento y muerte, la fragilidad de la mente y los cuerpos aparece para recordar que el horror más hondo sucede cuando ya no queda nada en el individuo, nada a lo que se pueda dominar, porque ya todo está, no fracturado, desecho. 

Portadas de ‘El corazón de las tinieblas‘ (1899) y ‘Viaje al fin de la noche‘ (1932).

El cine en el diablo y el diablo en el cine

Fue en 1947 cuando el cineasta y pensador francés, Jean Epstein, comentaría en un famoso texto que el cine era un producto del diablo, ya que, la manipulación del tiempo en el montaje de la cinta y la realidad de la misma era una obra sobrenatural que, más allá de pensarse como milagrosa, era demoniaca. Por supuesto, responde a una metáfora alusiva al acto de filmar y “componer” la realidad, aunque, de hecho, él realizó varios filmes bajo esta premisa. Sin embargo, actualmente, vemos que el tono y la directriz de esa metáfora ha reacomodado su orientación. La figura metafórica del diablo no solo manipula la velocidad o duración de la realidad en la cinta, también se ha inmerso en los códigos visuales que, en sintonía con el efecto mimético de la realidad, trastoca la butaca de los cines y las pupilas de los espectadores.

El diablo, al no existir, se esconde tras las luces de los escenarios, entre las ondas de sonido y en medio de los guiones cinematográficos para seguir figurando en las narrativas audiovisuales, pero, aunque esto podría significar que el cine le pertenece al diablo y el diablo le pertenece al cine, la salida de esta encrucijada diabólica está en la siguiente afirmación: el cine no ha sido, no es ni llegará a ser la realidad, por supuesto que es una realidad, pero es otra realidad. Y, por último, aunque no por eso menos destacable, el cine nunca va a ser más importante que la vida. En la vida, los horrores de la guerra, los horrores de la violencia, los “asesinatos perfectos” y cualquier otro podrido ejemplo, nunca son perdonables, nunca son solapados y nunca serán admisibles. En el cine, las “fallas humanas masivas” son ficticias para no emprenderlas, pero en la realidad siempre serán condenadas.

Portada de ‘El cine del diablo‘ (1947).

Christian Romero.


Imagen de portada: Antes de la lluvia (1994) MUBI / Las elegidas (2015) NETFLIX / Ven y mira (1985) MUBI / Noche de fuego (2021) NETFLIX.

Las opiniones vertidas en las columnas invitadas y en las publicaciones especiales reflejan el punto de vista de su autor o autora y no necesariamente el de Cuerdas Ígneas como proyecto de escritura. Para comentarios, observaciones y sugerencias escríbenos a: cuerdasigneas@gmail.com

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