La frase que da título a esta Cuerda no es de mi autoría. La uso porque ilustra bien lo que quiero contarles hoy. Versa sobre ser escritora, una tapatía, viviendo en CDMX, la capital de un país que, a la fecha, sigue manteniendo prácticas centralistas de dudosa efectividad. Esta reflexión va a propósito de mi próxima presentación en la Ciudad de México.
Vivir otra vez acá (crecí en la capital desde que mi familia se mudó, poco antes de que yo alcanzara los 2 años, y retorné a mi tierra cuando iba a cumplir los 15), ha sido un sueño cumplido y también una odisea que, no les miento, ha estado a punto de llevar mi barquito hasta la zozobra en no pocas ocasiones.
Lo mismo puedo decir de la aventura que representó conseguir un espacio a la medida de mis sueños para la primera presentación de Secuencias oníricas en CDMX. Un evento largamente esperado y por fin definido.
Escribir y no ser de la capital (o no vivir en ella) pareciera ser una condena a pasar desapercibida, en diversos sentidos. Para ilustrar este punto, quiero contarles una anécdota. Resulta que cierta librería capitalina, muy famosa, por cierto, ante mi solicitud de ingresar mi libro a su catálogo y luego presentarme en alguno de sus espacios, me proporcionó un listado de requisitos a tomar en cuenta.
Entre los aspectos que tenía que considerar estaba el poder emitir una factura con domicilio fiscal en CDMX. Al leer esto, me comuniqué con mi editor, él me respondió que sus facturas tenían domicilio fiscal de Guadalajara.
Escribí de nuevo, vía correo electrónico, a la librería, preguntando si el domicilio en CDMX era un requisito indispensable, pues contaba con todo lo demás, a excepción de ese. La respuesta llegó de inmediato: solo domicilios fiscales de la Ciudad de México.
Me quedó claro que tendría que buscar la manera de cubrir este aspecto. Varios meses después, tras una multiplicidad de tropiezos, logré cambiar tanto mi domicilio, como mi régimen fiscal en el SAT (¡bendito SAT! →_→). Ya podía emitir las facturas solicitadas y darme de alta como proveedora de la librería. Me emocioné, pensando que lo único que faltaba para poder ver mis libros ahí y organizar una presentación era llevar todos los documentos que estuve reuniendo.
Envié un mensaje en la misma cadena de correos y la respuesta que recibí casi me hace ir por una dosis de cianuro: de momento, no estamos trabajando con libros de editoriales que no tengan su domicilio en CDMX. (La Zonámbula, editorial independiente que publicó mi libro, es de Guadalajara y reparte sus libros por todo el mundo).
Varias semanas, llantos e ideas suicidas después logré agendar mi presentación en CDMX, en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica. *llora de nuevo* (。ŏ﹏ŏ)
A veces, solo se trata de seguir buscando la próxima (y tan necesaria para el alma) buena noticia.

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¿Qué o quién se encuentra en la periferia de nuestro país?
Quizá, la verdadera periferia no está donde creemos, allá en la «provincia», allá en el Estado de México, allá en las «orillas»…, sino en el centro (paradójico, ¿no?); el centro sería una serpiente que se muerde su propia cola; una periferia de miradas que solo se voltean a ver a sí mismas, en un espacio exterior e inacabado (como Misraim*) llamado capital, que extrañamente asume que no sucede nada interesante en el resto (o sea, la mayoría) del país.
Inés M. Michel
Escribiendo desde la «Periferia»…
*Las catacumbas de Misraim (Michael Ende en La prisión de la libertad).
Imagen de portada: Ilustración de Cuentos de la periferia, 2008 (Shaun Taun -autor e ilustrador del texto- / Barbara Fiore Editora).