Decía mi mamá un dicho de la sabiduría popular que, como todos esos dichos, es muy cierto. “En todas partes se cuecen habas”.
Esta vez me ocuparé de una miniserie en la que la plataforma Netflix pone sobre la mesa el terrible flagelo, a nivel mundial, y en este caso particular, en Estados Unidos, del maltrato infantil, por parte de los padres, que son quienes en vez de cuidar a sus hijos e hijas, les maltratan verbal o físicamente, lo que en algunos casos, como éste que ahora reseño, llevan desde lesiones leves a graves, muy graves, e incluso la muerte.
Yo no sé si es que tanto en México como a nivel global nos hemos desafortunadamente acostumbrado a tanta violencia que un niño más o un niño menos parecieran ser algo a los que nos mostramos indiferentes (y no toco aquí los temas del secuestro de niños y niñas o la pornografía infantil, “industria” al parecer bastante rentable y de la que a veces también se han ocupado algunas series de la fuente arriba citada).
En este caso específico, se trata la violencia en casa. Ésa, invisible, en un edificio de departamentos en el que ni los vecinos ni las instituciones pudieron hacer nada por denunciar de manera efectiva y salvar la vida de un pequeño de 8 años que fue torturado durante 8 meses de formas diversas hasta llegar a su muerte a golpes perpetrada por el padrastro, apoyado por la madre del infante.

Lo que me llamó la atención en este caso es que estamos hablando de un país “desarrollado”, donde se gastan presupuestos muy altos para garantizar, supuestamente, la seguridad infantil y donde vemos que ni los y las trabajadoras sociales de estos lugares (4 de elles fueron llevado a juicio cuando el caso fue descubierto por la prensa y revelado por The New York Times, por un reportero que no cejó hasta lograr que fueron juzgados todos los involucrados en el infanticidio).
Lo increíble del asunto y lo que la serie muestra paso a paso es la cantidad de negligencias acumuladas para llevar a Gabriel hasta el fallecimiento.
En la escuela, la maestra, quien se dio cuenta, por supuesto, de los moretones, las cicatrices de quemaduras y otros horrores , más agudos después de reiteradas ausencias del niño a la escuela, dio aviso a una de las instituciones que se ocupan del maltrato infantil en ese país y la trabajadora social que atendió a las reiteradas llamadas telefónicas de la profesora sobre la situación tan grave que el chico estaba viviendo diría después en el juicio que no pudo ocuparse del caso porque su supervisor no la había autorizado. Es decir, que no hicieron lo que es su trabajo, simplemente; pero lo que hubiera hecho la diferencia.
La maestra, desesperada, se dirigió también al director de la escuela, el que sólo le dijo que a ellos no les correspondía ocuparse de eso. ¿Y a quién entonces?
Durante el juicio, acude a declarar también un policía, quien durante una diligencia que la madre fue a realizar a una dependencia estatal, vio asimismo las condiciones del niño y trató de intervenir y su superior, asimismo, le dijo que no era el asunto de ellos.

¿De quién entonces? ¿Está permitido violentar a un niño o niña de esa manera y nadie , ni siquiera los que por eso se les paga, pueden intervenir para evitarlo?
La serie muy bien documentada, nos deja con un sentimiento de tristeza y enojo; pero no sólo. Vemos también las manifestaciones que se hacen para exigir justicia para el niño; la labor que hace una prensa como The New York Times para llevar el caso a la opinión pública y los esfuerzos tan grandes que hace un fiscal para que sean castigados la madre y el novio de ésta, y los y las trabajadoras sociales que fueron omisos también.
Pero, sobre todo, quiero destacar que la serie no se limita a destacar un caso en términos policíacos, como ocurre con otras series. A veces uno se pregunta qué fue lo qué pasó en la historia de sujetos como los que mataron a este niño para que ocurra algo como eso.
Sin embargo, esta serie, desde mi perspectiva, va más allá de lo subjetivo. Lo que ahí se refleja es una crisis de sistema. De vida, de civilización. De instituciones, por supuesto. Lo macro y lo micro están en juego.
Y éste no es sólo un tema jurídico. El padrastro de Gabriel fue condenado a la pena de muerte; la madre a cadena perpetua.
Los y las trabajadoras sociales, exonerados, “por falta de evidencias”.

Al poco tiempo, en otras dos ciudades , dos niños, uno de 4 y otro de 10 años fueron también asesinados. En el primer caso, también a golpes, por sus familiares; en el segundo sólo menciona la prensa que el niño, después de declararse gay, murió en circunstancias sospechosas.
En el primer caso también había sido llevado el asunto a la misma institución de protección infantil que en el de Gabriel.
Por último sólo quiero referirme al artículo sobre el libro de Paul B. Preciado que antecede a éste en Cuerdas Ígneas, de J. Ignacio Mancilla y en el que se hace referencia a la frase de Hamlet “el mundo está desquiciado”.
¿Aquél, el del príncipe de Dinamarca, o también éste?
Eunice Michel
23 de marzo de 2023. Guadalajara, Jalisco. Colonia Morelos.
Referencia: Justicia para el pequeño Gabriel. Netflix. 2020.
Imagen de portada: fotograma de Justicia para el pequeño Gabriel / Netflix.