J. Ignacio Mancilla
Para Judith Lacan, con mucho cariño y toda mi solidaridad en estas difíciles horas.
Para toda la familia Michel Díaz, en esta hora aciaga, con todo mi cariño.
“Lo que no le perdono a Dios no es la
indiferencia ni la crueldad que eso
todos lo tenemos es el mal gusto”.
António Lobo Antunes. De la naturaleza de los dioses.
Sí, ¡qué navidad y qué dios!, sobre todo en este casi extinto 2020 en el que nos ha ido de la patada (en todo el mundo, aunque no a todas ni a todos; sí a la gran mayoría).
Es por ello que esta navidad aciaga se me ocurrió escribir sobre De la naturaleza de los dioses, la última novela de António Lobo Antunes, escritor portugués que le ha dado varias vueltas de tuerca a la novelística contemporánea.
Más o menos lo he seguido y leído; y la verdad, me fascina su estilo, no fácil de leer y cultivar, pero que nos dice tanto no solamente sobre la “naturaleza de los dioses” sino, sobre todo, sobre la “naturaleza humana” (humana, demasiado humana, diría Nietzsche).
Esta última novela me costó mucho poder conseguirla, pues el mundo de los libros ha sido tan afectado por la pandemia, como todo, pero… al final pude tenerlo, para leerlo y disfrutarlo, no sin dificultad, todavía, a pesar de la relativa familiaridad que tengo con su literatura.
De modo que va lo siguiente, que no quiere ser una reseña común sino, más bien, una insinuante invitación a que lo lean y disfruten; en particular esta su última novela (hasta nuevo aviso), tan atinada por el contexto que nos tocó vivir, ahora, con esta maldita pandemia; que más que un regalo de dioses, parece un don –envenenado, como todo los dones– del diablo: ¡qué le vamos a hacer!

Escribir sobre la naturaleza de los dioses, ¡vaya osadía!
Y quien mejor para hacerlo que António Lobo Antunes, siendo Dios –como personaje–, alguien muy presente en toda su narrativa, pero que en su última novela (2015, en portugués) se atreve a titular, nada más, pero nada menos, que De la naturaleza de los dioses, para hacer de dicho personaje, aunque inexistente, algo central de su novelística, como tantas cosas inexistentes que solamente él es capaz de convertir en novelas.
En ella, muy al estilo loboantuniano, desfilan las voces más diversas en los más distintos tiempos y circunstancias, pero que repiten –¿podría ser de otro modo?– las mismas obsesiones loboantunianas: la muerte, la decadencia corporal, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones im-posibles entre padres e hijos e hijas, y demás temas humanos; tan demasiado humanos.
Así va a ser en esta novela en la que por medio de un voz, que agrega y disgrega, a la vez, diferentes voces que nos cuentan, de manera por demás fantástica, el ascenso y decadencia de una familia y todas su peripecias, vitales, mortales, sexuales, corporales y algunas otras cositas que alcanzan su cúspide narrativa precisamente en la novela misma, que, se nos asegura, en la propia narración que es y no es más que una novela de amor.
La traducción es del año pasado, y se la debemos a Antonio Sáez Delgado, para Penguin Random House Grupo Editorial (2019, 527 pp.), justo antes de sumirnos en la trágica pandemia que nos tiene todos atemorizados y confinados, en el mundo todo y ahora también esperanzados, con la vacuna; pero…
¿Qué contarles, de la novela toda, para que se animen a leerla?, advirtiéndoles, de antemano, que no se trata de una literatura fácil; que antes bien es difícil, incluso de repente muy complicada, por eso de los imperceptibles pero bruscos cambios de tiempos y voces y registros, en los que no solamente las personas hablan, sino los muertos y las cosas y todo lo que puebla este mundo y el otro.
Tomaré algunos párrafos, a manera de muestra y botones, mediante los cuales, ilustraré, precisamente, lo que llamo las obsesiones loboantunianas.

Primera obsesión-muestra-botón (la vidamuerte):
“[…] la madre de la Señora al empleado de la chaqueta blanca
“-¿Y qué respondieron ellos Marçal?
“el empleado de la chaqueta blanca retrocediendo un paso, avanzando un paso, abriendo la boca, arrepintiéndose, abriendo la boca de nuevo, el empleado de la chaqueta blanca, tras una pausa interminable, consiguiendo un murmullo
“-Han respondido que
“la madre de la señora, imperiosa
“-Así no lo oigo Marçal
“y el empleado de la chaqueta blanca, de repente decidido, todos tenemos que morirnos, verdad, cerrando los ojos ante el abismo y precipitándose en él con la voz llena
“-Han respondido que se joda la Señora”. (pp. 37-38).
Segunda obsesión-muestra-botón (la sexualidad y el cuerpo):
“-Tengo una primeras ediciones abajo puede ser que le interesen
“se besaban en el sótano, la dueña de la librería
“-¿Seguro que nadie lo nota?
“se besaban en el sótano desordenando cajas, la dueña de la librería
“-¿Te has vuelto loco?
“el amigo inclinando una estantería
“-Eres tú que me vuelves loco
“y, de vuelta a la tienda, el amigo señalando a la dueña de la librería y a su compañera
“-Creía que era una santa y al final ha salido del cascarón, el padre de la Señora a la Señora, no enfadado, provocándola
“Conque entonces soy feo
“el padre de la Señora al empleado de la chaqueta blanca
“-¿Te parezco feo?
“el empleado de la chaqueta blanca, sirviéndole otro vino
“-Ni por asomo señor
“el padre de la Señora al empleado de la chaqueta blanca, feroz
“-Si mi hija dice que soy feo es porque soy feo imbécil
“el empleado de la chaqueta blanca colocando la botella
“-Perdón señor” (p. 51).

Tercera obsesión-muestra-botón (los padres y los hijos):
“[…] en la cama de enfrente un fulano abrazado a la corneta de la mili con un borlón rojo y un botón verde
“-Lo habré soplado
“mi hijo no se parece a mí, a lo mejor el mentón, a lo mejor la frente y ni mentón ni frente, no se parece a mí, como se cambia los dientes recupero a mi padre porque las encías desnudas, a propósito de desnudas he visto al vagabundo lavarse ahí abajo, en las duchas de la playa, sí él, iba a decir una tontería, estoy loca pero sí él, qué insistencia idiota, un vagabundo, de aquí en adelante, el padre de la Señora torturando al tenedor, la madre de la Señora y la Señora calladas, la soledad de las mujeres me produce escalofríos, si me hubiesen hecho hombre lo agradecería, el de la corneta
“-Cuando tocaba a silencio hasta los plátanos lloraban
“notas tristísimas en la oscuridad y ciclóstomos fosforescentes alzándose entre las tinieblas, cuántas habitaciones habrá tras las habitaciones que conozco, cuánto rumor de aguas negras, el mar de Cascais, de bruces en la arena, se lamía a sí mismo temblando, temblando
“-¿Qué me escondes?
“el padre de la Señora al abuelo de la Señora, empujando papeles
“Le perdono la deuda si me da a su hija
“exactamente así, sin rodeos
“-Le perdono la deuda si me da a su hija
“el judío secándose con el pañuelo sin que el padre de la Señora se fijase en él, con la cara desapareciendo de la cara y ninguna expresión, ninguna arruga, solo el bigote dudoso, la madre de la Señora quince o dieciséis años, dieciséis, el padre de la Señora tranquilizándolo
“-No le hago nada malo no se preocupe
“recogiendo facturas
“-Se libra de que lo cojan y gana un yerno que lo protege
“no en casa, en el despacho de Lisboa, la soledad me trastorna aunque mi hijo
en la cama conmigo, mi compañera cogiéndole el codo al sujeto de los cafés, con la cabeza inclinada para oírlo mejor
“-¿En serio? “ (p. 19).
Y ya, como corolario y cierre de este texto, transcribiré el comienzo y casi el final de tan excelsa novela; convencido de que esta es la mejor forma de seducir a las y los posibles lectores que quieran confrontarse con lo más recóndito de su alma, que es lo que logra António Lobo Antunes con su novelística, en tanto espejo fiel de aquello más humano e inhumano que nos habita; indistintamente, a mujeres y hombres, aunque no dejen de reflejarse las diferencias entre unas y otros, precisamente, en las letras que conforman la narrativa del portugués.
Va, pues, primero el inicio de esta singular novela que lleva por título De la naturaleza de los dioses:

“Me mandaron por primera vez a casa de la Señora más o menos cuando encontré al vagabundo durmiendo en el escalón de la librería y palabra de honor que solo me fijé en él en el momento en que saqué la llave de la cartera para abrir la puerta, o mejor dos llaves en la argolla con un osito de peluche al que le faltaba el ojo derecho, la buena y una segunda de la que sigo ignorando su utilidad, desde pequeña me intrigan las llaves, misteriosas, secretas, al introducirlas en la cerradura qué es lo que abren, si les preguntase
“-¿Qué es lo que abrís?
“seguro que me inquietaría la respuesta […]” (p. 11).
Ahora viene casi el final de esta formidable novela, y que a la letra dice así:
“[…] la dueña de la tienda de ropa
“-Entra
“y la cortina que me separaba del público apartándose de golpe, el sujeto más joven que el señor enseñándome el patito asintiendo y tanta luz, Dios mío, tanto público, tantas rosas cayendo y yo sola esperando el silencio, pensando
“-¿Durante cuánto tiempo voy a esperar el silencio?
“no mirándolos a ellos, mirando una ventana alta, sin cortina, vacía, con la sensación de estar mirando al interior de mí misma sin encontrar nada excepto al señor en su despacho, ordenándole al chófer que le trajera el automóvil y siguiendo con él no le interesaba hacia dónde […]” (pp. 526-527).

Esto es y no es, como se nos dice en la propia narración, una novela de amor.
¿Será?
Espero te atrevas, lector o lectora, a encontrar tu propia respuesta. Espero que estas líneas de insinuación cumplan su propósito.
Esto que les presento, insisto, de ninguna manera es una reseña, es, apenas, una atenta incitación e invitación a que lean tan magnífica novela por su cuenta.
Por otro lado, felices fiestas, a pesar de todo y contra todo.
Guadalajara Jalisco, colonia Morelos, a 24 de diciembre de 2020, año del Covid-19.
J. Ignacio Mancilla.
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