Homenaje a Jean-Luc Nancy (26 de julio, 1940-24 de agosto, 2021)
J. Ignacio Mancilla
“No resisto que me toquen,
desde chiquito me pasa […]
Sigo teniéndole no sé qué
fobia al contacto. Todo es
mejor de lejitos, tú allá
y yo acá, y aire de por medio.”
Laura Restrepo, Los divinos.
Generalmente cuando se habla del amor (Eros) como lo más puro, se suele referir sobre todo al alma, Psiqué; mientras que el cuerpo, Soma, se reduce a lo caduco, a lo que perece y no trasciende su límite: la muerte. Esto desde una concepción del amor que llamaré muy cristiana, pero que… nos viene desde Platón, en cierta medida.
¿Ha sido así todo el tiempo?
En realidad las relaciones entre el alma (Psiqué) y el cuerpo (Soma) son de suyo demasiado complejas y problemáticas; ya Apuleyo las concibe así en El asno de oro, cuando nos narra la increíble fábula de Eros y Psiqué.
La tradición pictórica hizo suya no sólo esta fábula sino también su problemática.
Voy a tomar un cuadro de El Tiziano (1488-1576), para hablar del cuerpo desde una lectura filosófica pero también psicoanalítica. Me refiero a la famosa pintura Noli me tangere, cuyo título retoma la tradición bíblica y nos remite al pasaje de la resurrección de Jesús de Nazareth, El Cristo.
Por supuesto que no haré, aquí, un análisis detallado de esa singular pintura. Por el espacio y, sobre todo, por mis limitaciones. Tan solo esbozaré algunos indicios poco reflexionados y expresados plásticamente, por lo que considero que el cuadro de El Tiziano es no solamente una excepción, sino una subversión (herética) de esa tradición cristiana en la medida en que, precisamente, hace explícito lo corporal del amor y no ya meramente su aspecto espiritual, resaltado por todos. En este último punto parece reinar el consenso.
Para cumplir con nuestro cometido, detengámonos un poco en la obra. En particular en lo que aquí me interesa destacar.

(1512, óleo sobre tela / National Gallery, Londres, Reino Unido).
Más allá del colorido y de la excelsa proporción de las figuras humanas y de todo el paisaje, la pintura de El Tiziano es única por atreverse a hacer patente lo que en otros artistas apenas está sugerido: el aspecto claramente erótico de la “intención” de María Magdalena al pretender tocar, precisamente ahí, en la zona erógena de los genitales de Jesús.
Es por ello que es en ese cuadro, puntualmente, en el que se hace explícita toda la tensión del famoso enunciado de Jesús: Noli me tangere, que traduce, en alguna medida, el griego Mê mou haptou (no me hieras, no me lastimes).
¿Acaso no es en el amor/amar donde el tocar alcanza su máximo grado de herida y de tensión?
¿No es así como la propia tradición pictórica ha plasmado, exactamente, a Eros, como el personaje que nos flecha, que nos hiere y nos tensa, al tocarnos?
Pido al lector o lectora de [Autarquía] Cuerdas Ígneas que se detenga nuevamente en el cuadro (arriba reproducido). Y lo mire con toda su atención (y tensión) y lo compare con otras pinturas que plasman el famoso pasaje de los cuatro Evangelios sinópticos. En ninguna encontrará, creo, el atrevimiento de El Tiziano.
No lo vemos en Antonio da Correggio (1489-1534), tampoco en Jerónimo Vicente Vallejo Cósida (1510-1592) y menos todavía en Baltasar de Echave Ibía (1548-1623), por mencionar a tres de los muchos artistas que pintaron este importante pasaje de la vida de Jesús, según lo narran los cuatro evangelistas.
Consideramos solamente tres, aparte de la del Tiziano, para dar elementos de comparación que nos permitan situar mejor la hazaña (heréticamente subversiva) de uno de los más grandes pintores italianos de todos los tiempos.
Coreggio Vallejo Cósida Echave Ibía
Centro: Jerónimo Cósida, 1570 (óleo sobre tabla de pino / Museo del Prado)
Der.: Baltsasar Echave Ibía, 1625 (óleo y lámina de cobre / Museo Blastein, CDMX)
Haciendo esa comparación es que podemos situar el soporte del amor, el cuerpo, justamente en la medida en que (en) éste (se) hace imposible la juntura con el alma, su carácter de no relación, cosa jugada en la enunciación misma: Noli me tangere (No me toques), como aporética en sí misma.
Además de constitutiva de la subjetividad, pensada ésta como la esfera de la autonomía del sujeto frente al Otro. Como la instancia donde soy intocable para el Otro, incluso aunque me violente; aunque me hiera y me lastime.
¿Acaso no es esto también lo que nos enseña, metafóricamente, el también famoso pasaje bíblico de la confrontación de Jacob con Dios? (Génesis, 32: 22-30).
¿No afirma Jacob su independencia y autonomía, incluso a pesar de haber salido herido, precisamente en el cuerpo, frente a Dios, ganándose con ello el derecho a un nuevo nombre? Con el que se denominará, además, a todo un pueblo.
Pero regresemos a nuestro cuadro.
Admirémoslo de nuevo; incluso acudamos al internet para posibilitarnos ampliar la pintura y ver con el mayor detalle la escena que nos interesa, esa en la que la mano queda suspendida, tensa, en tanto se dirige a su objetivo, el cuerpo de Jesús, más específicamente, hacia la zona erógena de éste.
Es ahí, puntualmente, donde la pintura suspende la mano, donde se nos muestra la gran paradoja del tocar; pues siempre el tacto tiene algo de intocable, de imposible; no por la prohibición misma sino que, más bien, el No me toques (Noli me tangere/ Mê mou haptou) actualiza la imposibilidad misma, de ahí la exigencia de enunciarlo.

Enunciación que hoy, en la vida moderna, ha alcanzado una dimensión de paradigma en cuanto refiere y defiende la autonomía del sujeto, precisamente ahí, en lo corporal, como el mejor lugar para el santo y seña del alma y su independencia, de Psiqué, que es mujer, no se nos olvide.
En esa perspectiva y tradición es que ella, psiqué en tanto mujer, puede enunciar, es todo su derecho y privilegio, un No me toques (Noli me tangere/ Mê mou haptou).
Lamentablemente las cosas no son tan sencillas y no obstante esta autonomía subjetiva, ganada no sin contradicciones a lo largo de una violenta historia humana, es que es cotidianamente violentada, ahí, precisamente, donde se lastima a las mujeres, a cada una de ellas, pese a la negativa y prohibición de ser tocadas.
¿No es esto el sentido brutal y degradante del acoso?
Pero… ¿es dable esperar que el tacto no quiera tocar lo… intocable?
¿No es esta, precisamente, su mayor tensión y contradicción?
¿No es aquí, justamente, donde el cuadro de El Tiziano, que se apoya en la tradición bíblica y la actualiza, adquiere su mayor patencia herética? El de mostrarnos la dimensión profundamente aporética del enunciado No me toques (Noli me tangere/ Mê mou haptou); ahí donde moviliza, puntualmente, el imperativo de no me hieras, no me lastimes.

El de mostrarnos la imposibilidad de la juntura entre cuerpo (Soma) y alma (Psiqué); es decir, su disyunción eterna en la que nos debatimos como vivientes mortales con un cuerpo que perece.
Y aunque herético y subversivo, El Tiziano es grande porque ha suspendido, en su pintura, la mano de María Magdalena en su propia suspensión; es decir, en su imposibilidad misma, la de no poder tocar lo intocable, que es aquello que más se desea.
Ahí radica todo el valor, pero también toda la hermosura del cuadro; en esa mano suspendida, no tanto por la enunciación sino por la mano misma, la de Jesús.
Vean otra vez el cuadro todo, y particularmente en el momento en el que nos hemos detenido, para mirarlo hasta el éxtasis y expresarlo, hasta donde hemos podido aquí, mediante esta escritura balbuciente, que espero, les haga ver(se) en todos sus detalles y les haga sentido.
Sí, vean el cuadro, admírenlo. ¡Cuánta belleza nos muestra! En el todo, en los colores, en la composición, en los detalles, incluso de la mano; mejor dicho de las manos, como los mejores instrumentos del tacto en tanto este por definición es imposible. Estoy hablando, por supuesto, de las manos de Jesús y las de María Magdalena, pero también de las nuestras. Y de todo nuestro cuerpo y toda nuestra alma.
¡Cómo no amar en cuerpo y alma! ¡Cómo amar en cuerpo y alma! ¡Cómo, amor/amar en cuerpo y alma!
¡Vaya prodigio de pintura! ¡Y de escena!
¡Y de imposibilidad!
¡Todo en una pintura!
J. Ignacio Mancilla.
Nota bibliográfica: Estoy en deuda, impagable, con dos textos sobre todo. El Tocar-Jean-Luc Nancy, de Jacques Derrida (Amorrortu Editores, 2011) y Noli me tangere. Ensayo sobre el levantamiento del cuerpo, de Jean-Luc Nancy (Editorial Trotta, 2006).
Pero también habrá que considerar los siguientes textos, por lo menos: Corpus, Arena Libros, 2003 y El peso de un pensamiento, Ellago Ediciones, 2007; los dos de Jean-Luc Nancy.
Post Scriptum
El texto es resultado de un curso que di en el Departamento de Filosofía del Centro Universitario de Ciencias Sociales y de Humanidades (CUCSH), de la Universidad de Guadalajara, en la clase Filosofía de la Psicología.
Y que fue otorgado para su publicación en la Revista Autarquía, de mi amigo Irving Josaphat Montes; pero por razones diversas no se publicó ahí, y ahora quiero rescatarlo como homenaje a Jean-Luc Nancy (1940-2021); el filósofo más radical del cuerpo y del tacto, según Jacques Derrida (1930-2004).