«Es imposible pasar por la vida ileso. Tampoco deberías querer hacerlo. Por las heridas que acumulamos, medimos tanto nuestras locuras como nuestros logros».
Christopher Paolini
Pensaba en las heridas que carga nuestro cuerpo, este envase que nos contiene y que forma parte de lo que somos, configurando un ser que que respira, siente, goza y sufre. Nuestras heridas hablan, cuentan historias y registran marcas que no solamente tocan el cuerpo, sino también el alma.
Por eso me pareció pertinente hacer un recuento de mis propias heridas y cicatrices, las cuales me acompañan y son parte de una historia que se ha ido construyendo a lo largo de 36 años.
Mis tobillos sufrieron (por un largo periodo) diversas lesiones, a raíz de dos esguinces que tuve, uno en cada tobillo, que no sanaron de manera adecuada y estuvieron dando problemas por años hasta que pude rehabilitarme. Ambos tobillos eran propensos a lastimarse con facilidad y una pequeña torcedura o falseo podía derivar en que estuviera días o semanas sin poder caminar bien.
Amante de usar tacones y con un estilo de vida muy ajetreado, fue todo un reto para mí lidiar con estas lesiones constantes y llegué a sentirme muy frustrada de que en cualquier momento podía lastimarme otra vez. Finalmente, de la mano de un traumatólogo llegó la necesaria rehabilitación y pude fortalecer mis tobillos haciendo ejercicios especiales para ello.

Pasando a las extremidades superiores, en una ocasión me lesioné el dedo índice derecho, justo a la altura donde flexionamos el dedo a la mitad. Se trató de una fisura, es decir, una minifractura. Hasta el día de hoy, cuando hay bajas temperaturas, me duele un poco. Queda esa huella de una época especialmente turbulenta en la que estuve muy enojada, conmigo misma y con el mundo.
El 5 de junio de 2020 trajo un capítulo más en el que se abrieron otras heridas. Después de lo ocurrido durante la segunda jornada de protestas por el asesinato de Giovanni López, terminé con una lesión en el antebrazo derecho y en el hombro, además de múltiples contusiones y moretones. La molestia del hombro persiste hasta la actualidad y ha requerido de múltiples sesiones de fisioterapia.

Esas han sido las más graves, pero claro que hay otras más, pequeñas cicatrices y marcas que son parte de este envase que me contiene. En mi piel también hizo su aparición la rosácea, una afección que se presentó desde hace algunos años y que se caracteriza por el enrojecimiento e hipersensibilidad de la piel de la cara, así como por erupciones parecidas al acné.
De acuerdo con los dermatólogos, la rosácea es una condición incurable, que puede presentar mucha mejoría a lo largo de los años y que se presenta con mucha mayor frecuencia en las mujeres, normalmente después de los 30 años. No hay una explicación clara sobre el padecimiento, aunque diferentes especialistas atribuyen la rosácea a una combinación de factores emocionales y ambientales.
Con frecuencia me he preguntado qué nos quieren decir las dolencias que padecemos, qué aviso intentan darnos. Al igual que las heridas, las dolencias y enfermedades se presentan de manera distinta en cada organismo, poniendo de manifiesto lo que ese individuo está viviendo y dónde subyacen sus debilidades, no solo orgánicas sino también emocionales.

En una ocasión (lastimada precisamente de un tobillo), alguien preguntó qué me había pasado. Yo simplemente respondí: «son heridas de guerra», ante lo que recibí una mirada sorprendida. Pero es que creo que al final sí son eso todas las heridas, pues reflejan nuestras batallas cotidianas.
Nos deshacemos continuamente de ese algo en nosotras que quiere morir (parafraseando a Nietzsche) y así es como podemos vivir un día más y un día más. Hasta que llega el momento de partir, con todo y las heridas del cuerpo, del alma. Mientras ese día llega, nuestras heridas cuentan lo que muchas veces las palabras callan.
Inés M. Michel
Imagen de portada: Heridas del alma, Sara Diciero (artistasdelatierra.com)