¿Hasta dónde podemos describir con total convencimiento la diferencia entre falsedades y certezas, entre ficciones y hechos históricos, entre mitologías y vivencias antiguas? La pregunta me ha acompañado en mi labor escritural y se ha hecho presente también en espacios académicos, de los que he renegado bastante, pero que, al final, también son parte de mi historia.
Las historias que se entrelazan para formar nuestro relato existencial, ¿retornan cada cierto tiempo en nuestras(s) vida(s)? Leyendo un poco, muy poco, a Lobo Antunes, en esa búsqueda que emprendí para papá, comprendí nuevamente mi necesidad de escribir desde otros horizontes, de explorar los laberintos de la mente, que nos llevan por recovecos insospechados, que, en última instancia nos llevan a cuestionarnos nuestra realidad, y a enfrentarnos a miedos que no son desconocidos en la historia humana, sino al contrario, comunes, pues nos han acompañado como especie por un largo recorrido evolutivo.
Recorro mis propias ficciones, como Hundida, y recobro esa dimensión (des)conocida en la que me he perdido tantas veces, en ocasiones sola, en otras acompañada. El viaje de ¿no? retorno se ha complicado en ciertos momentos, de maneras insospechadas.
Víctor ha tenido miedo de no saber encontrar el camino de regreso, David, se ha atrevido a ir conmigo hasta páramos desérticos en los que la mente te juega trucos (im)posibles. Aquí sigo, tomada de la mano de una serie de compañías que no siempre están en el mismo espacio físico, pero sí en el alma.
También en el alma dialogo con la oscuridad, converso sobre lo falso, lo incierto, lo verdadero, lo cierto… No me convencen las dicotomías, quisiera perderme en los entreclaros, para encontrarme y rescatarme de la aparente dualidad del mundo que habito, que es tan diverso y multicolor, a pesar de los esfuerzos de los hombres grises, para robarnos nuestro tiempo, nuestro colorido, nuestras almas rebeldes.
Escribo esto que se me reveló muy temprano por la mañana, y que funciona como antesala a mi próxima visita dominical al teatro, asistencia obligada para el corazón, que ya había dolido mucho últimamente. Iré a la puesta en escena titulada Desde el caparazón de la tortuga, obra basada en una novela del autor alemán de mis desvelos, Michael Ende. La novela en cuestión es Momo, y sé, de antemano, que una flama resurgirá en mi interior, cuando me reencuentre con Casiopea.
Entonces vendré a escribirles sobre la obra, sobre mí, sobre mis búsquedas y sobre mis batallas-triunfos, que desde el 5 de junio, me saben distintxs, se presentan más nítidxs y tangibles, gracias a que la tortuga estuvo ahí para guiarme, en uno de los momentos de mayor oscuridad.